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carlos noyola

La educación por internet

Aprender es difícil y tardado. Implica hacer cosas nunca antes practicadas, tener paciencia, ser tenaz. Claro que tiene beneficios: uno adquiere habilidades que disfruta poseer o que le permiten ganarse la vida (idealmente ambas). Pero eso no elimina los costos. Aprender requiere esfuerzo e inversión. No solo de tiempo (que también tiene precio), sino de dinero. Cuando Piranesi -siendo un novel dibujante- se fue a Roma como miembro de la corte del embajador veneciano, no encontró muchas dificultades para volverse asistente de Giuseppe Vasi a cambio de sus enseñanzas. Hoy ninguna universidad permite que alguien se inscriba en una de sus materias sin tener los datos de su tarjeta bancaria. Por eso conviene analizar en qué empleará uno su tiempo y sus billetes. En los días de internet abundan los grados y cursos en línea, pero sus beneficios no son evidentes.

Eric P. Bettinger y Lindsay Fox (et alii), economistas de Stanford, estudiaron las diferencias entre estudiar una materia en línea y sentarse en un salón a escuchar al profesor. Usando el método econométrico de variables instrumentales, encontraron evidencia contundente de que a los estudiantes inscritos en las clases en línea les va peor. Las materias comparadas son las mismas: mismo libro, mismo temario, mismas tareas, exámenes y método de calificación. El número de estudiantes en las clases era prácticamente igual. La única diferencia estaba en el canal de comunicación entre profesor y alumnos. Unos iban al salón a una hora determinada, otros veían videos donde se explicaba el mismo material. Si comparáramos dos grupos podríamos atribuir la diferencia en calificaciones a la calidad del profesor: uno excelente en el salón y otro filisteo explicando en línea. Pero el análisis de Bettinger y Fox utiliza los datos de 230 mil estudiantes, inscritos en 750 materias distintas a lo largo de 4 años, por todo Estados Unidos. A quienes estudian a distancia no solo les va peor en esa materia (en promedio), sino en todas las subsecuentes, y aumenta la probabilidad de que abandonen la universidad.

El lector avezado no me creerá tan fácil. ¿Y si el problema no fuera estudiar por internet, sino los alumnos? Si aquellos que optan por no asistir a la escuela son los más flojos, los menos interesados o los menos capaces, tendríamos un problema de selección adversa. Los economistas tienen muy presente ese obstáculo, y han dedicado décadas a desarrollar sofisticadas técnicas matemáticas que permiten eliminar ese efecto, para quedarse solo con el que les interesa: el de causalidad (los detalles se pueden consultar en la introducción clásica a la econometría, de Wooldridge). Estudiar por internet parece tener efectos adversos.

Bettinger y Fox no son los únicos que han encontrado efectos negativos de la educación a través de una computadora. Byron W. Brown y Carl E. Liedholm, economistas de la Universidad Estatal de Michigan, experimentaron con sus alumnos de microeconomía para responder la misma pregunta. Asignaron de forma aleatoria, durante un año, la modalidad de enseñanza a cada grupo: virtual, híbrida o presencial. Descubrieron que a los estudiantes que solo reciben clases virtuales les va peor. El estudio de Brown y Liedholm es demasiado específico para extrapolar sus conclusiones sin cuestionamientos (por ejemplo, los resultados podrían tener alguna relación particular con la disciplina), pero aporta datos interesantes. La diferencia más pronunciada se da en las preguntas que requieren un entendimiento profundo de conceptos básicos para aplicarlos en contextos no vistos en el salón de clase, id est, en las preguntas que le piden a los jóvenes pensar de forma independiente. Su investigación también encuentra que las mujeres están en desventaja en los salones de clase (sistemáticamente les va peor que a los hombres), pero no en las clases por internet, lo que hace pensar en algún tipo de discriminación.

No hay explicación definitiva de la relación entre clases presenciales y mejor desempeño, pero hay hipótesis. En 2013, los hoy premios nobeles de economía Esther Duflo y Abhijit Banerjee, ofrecieron por primera vez su curso sobre pobreza a través de edX (sigue siendo gratuito, abierto a cualquiera con acceso a internet). Duflo y Banerjee establecieron una fecha límite de inscripción que en realidad no era tal: a todos los que querían inscribirse después se les permitía incorporarse, aún cuando las clases ya hubieran empezado. Los economistas del MIT supusieron que una persona que se registra uno o dos días antes de la fecha límite es prácticamente igual a una que lo hace uno o dos días después (lo importante es que sea muy cerca de la fecha límite), solo que una tiene menos disciplina. Entonces, si hay diferencias estadísticamente significativas en sus resultados, se deberá a la responsabilidad del estudiante (alguien que respeta el límite de inscripción será -en promedio- más responsable que quien no lo hace). Aquellos que se inscribieron tarde obtuvieron calificaciones 25 por ciento más bajas que las de los estudiantes que lo hicieron a tiempo, y su probabilidad de terminar la materia es cerca de 20 puntos menor. Si interpretamos el día de inscripción como una medida de responsabilidad -como lo hacen Duflo y Banerjee-, el estudio muestra que la autodisciplina juega un papel fundamental en el desempeño de los estudiantes, y aprender a través de una computadora no genera el ambiente adecuado para el autocontrol.

La decisión, sin embargo, no es dicotómica. Las herramientas digitales pueden incorporarse en el aula sin necesidad de eliminarla. La vida no es un juego de todo o nada. Ya hay estudios, como los de William G. Bowen (et alii) o Steven J. Balassi (et alii), aportando evidencia de que métodos híbridos de enseñanza (combinación de videos, tareas en computadora y clases presenciales) no perjudican el desempeño de los estudiantes, y sí podrían reducir los costos para las instituciones educativas. Hay que encontrar el equilibrio. Pero uno debe pensar dos veces si pagar por esa maestría en línea o el maravilloso curso de actuación que ofrece Natalie Portman, considerar detenidamente su responsabilidad y autocontrol. Los salones de clase no son mágicos y los monólogos de profesores distan de ser un deleite, pero necesitamos que nos presionen para sentarnos a estudiar.

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