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Juan Pablo Gómez
viceversa

La educación: de Finlandia a Venezuela

El prestigio de Finlandia como país de referencia en planificación educativa está cada vez más afianzado. No se trata solamente de una cifra estadística de logros académicos, medidos por el informe PISA (Programa internacional para la evaluación de estudiantes), sino de una decisión extraordinaria y consensuada por todos los ámbitos de la sociedad finlandesa: el objetivo común fundamental es la educación. No se trata de dejar el asunto a un Ministerio, a unas instituciones de enseñanza, a un programa de estudios o a órganos colegiados de docentes; se trata de hacer conscientes a todos los ciudadanos, independientemente de sus trabajos, carreras y funciones, de que la educación de las nuevas generaciones es responsabilidad de todos.

En relación al promedio de evaluaciones entre países desarrollados, en Finlandia los niños entran al sistema escolar más tarde y disponen de más tiempo libre. Los estudiantes casi no tienen tareas en casa, cursan menos asignaturas, asimilan mejor los contenidos, obtienen mejores resultados, disfrutan más del colegio, no sufren brechas de logros entre sí y no repiten cursos, ni hay rezagados. Parece una utopía, una especie de cuento de hadas en el que todo funciona como si fuese un sueño. Tal vez porque estamos acostumbrados a estancarnos en las dificultades y no hemos aprendido la lección primordial de Finlandia: cada familia tiene plena consciencia de la relevancia esencial que tiene la educación no sólo para sus hijos, sino para el colectivo y asume directamente su responsabilidad participando como elemento pedagógico esencial. No importa la clase social: todos aprenden lo mismo, y disfrutan de los mismos beneficios del sistema. Confucio decía que donde había educación, no había clases sociales. Cuando se dice que un padre se preocupa realmente por la educación de sus hijos en Finlandia, no se trata de pagar el colegio más caro, se trata de interesarse activamente por cada contenido estudiado y sentirse parte del proceso. Se trata de incorporar los ámbitos del saber y los conocimientos a la cotidianidad y a la experiencia del goce.

En Finlandia, la sociedad entera disfruta educándose a sí misma. Y como el sistema ha funcionado, las siguientes generaciones sólo pueden mejorar y aportar novedades enriquecedoras a la experiencia futura. Y todo empieza desde casa y casi desde antes de nacer. Goethe decía que podían engendrarse hijos educados, si los padres lo estuviesen. Finlandia casi se acerca a esta exageración del sabio de Weimar. No es casual que sea uno de los países con índices más bajos de delincuencia, criminalidad y corrupción. Cuando una sociedad está educada comprende que todos deben remar en la misma dirección y que los beneficios personales están entrelazados con los del colectivo. Los docentes tienen un prestigio y un respeto alto. Los salarios están por encima del promedio. Muchos estudiantes brillantes aspiran al trabajo más digno de todos: la docencia. Así el sistema queda blindado y además goza de un reconocimiento del entorno que garantiza la calidad del mismo. Por eso cuando llegan los informes PISA, Finlandia ocupa los primeros lugares y hasta con cierta ventaja, en muchos casos.

Claro está que Finlandia es un país homogéneo, próspero y que apenas sobrepasa los cinco millones de habitantes. Su forma organizativa es menos compleja que la de otros Estados y, en general, tiene que lidiar con menos problemas de índole social y de inclusión. Pero es una sociedad que ha sabido dar con el más valioso de todos los logros: hacer sentir a cada ciudadano que es digno y que esa dignidad está por encima de todo.

Sería injusto comparar a Finlandia con Venezuela, ciertamente. Las diferencias históricas, sociales y culturales son tan abrumadoras que sería ridículo pretender emular un sistema educativo sólo porque en otra latitud funciona. Pero lo que sería interesante rescatar es la forma en que la sociedad completa se involucra en los procesos educativos y pedagógicos de las generaciones siguientes, y el enaltecimiento de la dignidad como valor prioritario. El papel que juegan los padres (que a su vez han debido ser educados también) es realmente la clave. Si Venezuela sigue con su obstinada costumbre de menospreciar a los docentes, desatender la educación masiva de calidad e ignorar la importancia de la dignidad como valor indispensable, seguirá en el eterno ritornelo de la crisis absoluta en la que está sumida. Un país que no educa a su gente, después está condenado a ser gobernado por esa gente. Así de simple.

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