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La cultura permisiva

Escucho con frecuencia comentarios según los cuales la descomposición social que sufrimos se debe a que retiraron la clase de civismo del programa de estudios en las escuelas mexicanas. La respuesta es demasiado simple para un problema tan complejo.

Las asignaturas básicas en el sistema escolar se dividen en tres bloques: las troncales, las específicas y las de libre configuración: Ciencias sociales, Ciencias naturales, Lengua castellana, Literatura, Matemáticas y Lengua extranjera. El civismo no desapareció pasó a ser parte de las ciencias sociales. Es un hecho, en las escuelas batallan con la rebeldía y la falta de atención de los alumnos, pero, los programas de estudio no abandonaron la tarea que les toca: cultivar los valores cívicos, ampliar la consciencia del respeto y transmitir modelos que ayuden a construir una sociedad mejor.

Otro mito es que nadie nos enseña a ser padres. Por supuesto que tenemos buenos maestros, aprendemos con la observación a ser padres, nos basamos en los modelos de crianza que utiliza cada familia, en los valores de la comunidad en la cual crecemos, además los valores y creencias de la religión que se practica en casa abonan el terreno. No todo lo aprendido es adecuado, el problema radica en reaprender otras formas más acordes a los tiempos actuales respetando las diferencias.

El modelo autoritario de absoluto respeto y obediencia de la generación anterior a los setentas, funcionó por muchos años. Luego vinieron los noventas, años que quedaron marcados por la caída de los regímenes totalitarios. Nos cambiamos al posmodernismo y resurgieron la psicología y el desarrollo humano. Pasamos de un exceso de autoritarismo a un exceso de permisividad.

En el modelo permisivo imperan el hedonismo, el consumismo y la cultura desechable, pilares del materialismo en el que estamos inmersos. La cultura permisiva nos enseña que la felicidad tiene un precio, y que se busca fuera del interior. En el consumismo, para llenar el vacío existencial se buscan sensaciones sofisticadas. Poseer bienes es la meta prioritaria. Este modelo genera competencia, esfuerzo y su único objetivo es ganar, ganar.

La generación anterior aprendió a tolerar la frustración, la presente tiene que aprender a ser resiliente, no soporta el dolor, lo evade, tanto si es dolor emocional como físico. El duelo de un divorcio, por ejemplo, lo resuelve con otra relación, alcohol o gastando en exceso.

El que sufre depresión busca entre sus pares fuentes de satisfacción inmediatas, cruza la puerta falsa y queda atrapado en adicciones. La generación que nació a partir de los ochenta no acepta límites, reclama sus derechos y no admite obligaciones. Con tanta información y abundancia de estímulos, su cerebro está en una constante revolución, no puede controlar su pensamiento, y muchas veces a esas personas les diagnostican trastornos como el déficit de atención, incluso la bipolaridad.

La autoridad en las familias se ha vuelto débil, y en el gobierno hay tanta incongruencia que es menospreciada. Hablan de corrupción y son corruptos, no aplican la verdadera justicia, llegan a servirse con la cuchara grande, construyen proyectos que benefician a su grupo. El doble mensaje es constante: dicen ayudar a los pobres, pero más bien ayudan a crecer a los que más tienen.

México no es el único país en el cual todo esto ocurre. En todo el mundo se quejan de los políticos enfermos de poder, ambiciosos, narcisistas, quienes en lugar de sumar dividen y que, cuando terminan su periodo, dejan grandes deudas y a los ciudadanos con un profundo resentimiento.

En la era de la tecnología, hablamos de libertad, derechos humanos, justicia, pero, al mismo tiempo, vemos tanta incoherencia, anarquía, ilegalidad. Causa sorpresa ver a los jóvenes tan vulnerables, con tan pocas herramientas para sobrevivir en las carencias, atrapados en la tecnología, es como estar en una cárcel con un grillete en un pie. Tienen más libertad que las generaciones anteriores, pero, como afirmó Erick Fromm, el desarrollo de la libertad causa miedo, incertidumbre. Anteriormente el hombre tenía tareas definidas. Tanta competencia se vuelve amenaza, ahora deben buscar respuestas sobre la existencia ya que las que le transmitieron no les satisfacen; se vuelven víctimas del capital y del mercado. Su destino es la inseguridad, la desconfianza, la frustración, la duda y la soledad.

No perdamos la esperanza, la paz mental la pueden conseguir si miran su interior y se encuentran a sí mismos. Servir a los demás, sentir empatía y compasión resultan una gran fuente de satisfacción.

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