Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

La conocida herencia de las formas: Estéticas del cuestionamiento

Dicen los que saben, que entre dos autores que se conocen, uno no le pregunta al otro qué quiso decir en tal o cuál verso.

Y viceversa.

Lo mismo aplica a los amigos de los autores.

Es conocida esa primera reacción, al terminar de leer un poemario, de llamar al escritor y lanzarle las cinco dobleves del periodismo. Preguntarle cómo y dónde empezó a escribir; qué lo motivó a hacer poesía; quiénes fueron sus musas, etcétera.

Nadie se imagina a Borges pegado al auricular explicándole Fervor de Buenos Aires a algún gaucho patriotero, o a Cadenas respondiendo interrogantes que no son suyas, sobre algo tan íntimo como el destierro.

En el caso de La conocida herencia de las formas (Ígneo, 2016) pude haber reaccionado a ese primer impulso y no lo hice, porque hace años conozco a Juan Luis Landaeta y hoy, conocí al autor.

Una voz silente y pasiva desde la observancia, que todo lo cuestiona, no desde la prepotencia, sino desde la inquietud de cuánta liturgia exista en este mundo, en el que poco a poco, todo deja de sorprender.

Esas conocidas formas otorgadas por el cotidiano, son las que Landaeta rehace y desdobla desde una dulzura insatisfecha y cruel, que plantea al lector un escenario lúdico en el que nada es -o tiene que ser- lo que parece.

Versos dulces y salvajes en los que “el pasado sustrayendo ecos”, pone en tela de juicio la mismísima teoría de la creación, en la que solo será verdad la extensión de esta inercia” conformista, que motiva al autor a proponer un nuevo orden, más etéreo quizás, erótico y detallado, sobre lo que somos en nuestro cuerpo y dentro de otros cuerpos.

Heredero de la sensibilidad filosófica de Rafael Cadenas y la plasticidad de Gustavo Cerati hacia el erotismo, La conocida herencia de las formas plantea un juego poético que no deja espacio a lo barroco y que puede ser, también, una canción.

“Habitar es recorrer lo conocido”, dice Landaeta huyendo de esa zona de confort, para guiar al lector a sus propios ritos, que desde Los actos que nos engendran, pone sobre la mesa su visión caleidoscópica del acto de nacer, de las primeras formas del erotismo, de ser y hacer el sexo con quien se ama y con quien no, extrañando esa primera furia, ese inicio del ímpetu, o redescubriéndolos otra vez desde otros tiempos y otros cuerpos hasta llegar a “esa otra versión”, en la que esa nueva realidad toma otra forma o “surge de caer” y “emerge cayendo” y se transforma en un nuevo intento.

Quizás la valía de su prosa radica en saberse también heredero de formas que a ratos no se le antojan: nacido en Venezuela, radicado en Nueva York y ciudadano del mundo en tránsito perpetuo, no podría esperarse de él una prolijidad conformista o regada de lugares comunes. Por ende esa estética lúdica, plástica y musical es cualquier cosa, menos accidentada.

La conocida herencia de las formas es muestra de esa necesidad de reinvención, de la hipertextualidad como legado antropológico de las formas y, sobre todo, de una voz periférica que abarque, plantee y convenza, para luego retirarlo todo, y bosquejarlo una vez más.

Hey you,
¿nos brindas un café?