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La censura autoritaria

Mientras México continúa en una espiral de descomposición y el gabinete se desbarata, Andrés López Obrador no deja en paz a sus críticos, incluidos ciertos analistas y algunos comunicadores.

En una democracia, como la que se supone que tenemos por definición constitucional, tanto el Primer Mandatario (primer mandado) como cualquier otro funcionario gubernamental, son sujetos del escrutinio público por lo que hacen y dicen, y por lo que no hacen y no dicen, debido a que la propia Constitución consagra un sistema de derechos y un régimen de libertades que, naturalmente, incluyen el derecho a la crítica, el derecho a la libertad de expresión y el derecho de los mexicanos a la información.

Sin embargo, sabemos muy bien que los tiempos que corren por el país no son de normalidad democrática, sino de anormalidad democrática y de distorsión de la vida institucional, por lo que cualquier crítico o disidente que “ose” decir lo que piensa o formular un pensamiento distinto al “oficial”, se vuelve -por ese sólo hecho- objeto de sospecha, de señalamiento, de persecución o de censura.

Esto de señalar a los críticos, estigmatizar con adjetivos a quien piensa diferente y perseguir a quien se atreve a disentir del actual gobierno, es una actitud poco decorosa que exhibe al que la practica como alguien de modestos alcances, como una mentalidad obtusa y, en el peor de los casos, como un personaje de criterio limitado al que obnubila el fanatismo de sí mismo.

Si el pasado fin de semana fue el portal digital de Adela Micha el que salió del aire por la censura gubernamental, hay que decir que desde el inicio de la presente administración son varios medios y muchos comunicadores, los que perciben que pende sobre ellos una ácida agrura o una úlcera autoritaria, o de plano la Espada de Damocles del poder.

En la lista de arranque del actual ejercicio constitucional, que la dentadura y la quijada endurecida de Morena hicieron punitiva, figuran el comunicador Ricardo Alemán y los intelectuales Jesús Silva-Herzog Márquez y Enrique Krauze, a la que fueron agregados después Joaquín López Dóriga y Carlos Loret de Mola. Conviene no olvidar estos nombres, tanto por lo que aportan al país en términos de calidad en el debate público como porque la historia es, bajo los gobiernos unipersonales, polvo desmemoriado.

A la lista inicial de “plumas y voces incómodas” se han sumado, por su propio derecho y con un alto sentido de la dignidad por lo que está en juego en el país, los nombres de la politóloga Denise Dresser y del comunicador Víctor Trujillo (“Brozo”), que tras haber votado por AMLO ahora engrosan la lista de sus críticos.

En esa lista figuraba el comunicador y escritor yucateco Rafael Loret de Mola. Pero ya no figura. Él mismo, en su condición de extraordinario biógrafo del poder, anunció, hace un mes y medio, que por amenazas y por no haber condiciones propicias para el ejercicio del periodismo en este gobierno, se retiraba de la profesión.

Esa lista de “plumas y voces incómodas” seguramente seguirá creciendo, no sólo porque la tozudez y la obsecación siguen conduciendo la rienda presidencial por sendas de aberración y pérdida de legitimidad, sino porque en un paisaje cotidiano de semejantes características, la crítica se vuelve el alimento natural del inconforme y la vitamina imprescindible de la opinión pública.

El presidente de la República hace mal en pelearse con los críticos y analistas de la vida pública, sólo porque señalan, fundamentan y exhiben sus grandes equivocaciones. Haría mejor -si es que verdaderamente ama a México, como dice- si comienza a enmendar sus errores y a desandar el camino de equivocaciones que, hasta ahora, ha marcado el inicio de su gobierno.

Por otra parte, el presidente también hace mal en cancelar espacios informativos y de opinión que no le son afines, sencillamente porque él no es la Constitución ni es un tribunal de control constitucional, con facultades para decidir quien sí y quien no tiene derecho a ejercer su libertad o a formular la crítica correspondiente.

Aún está a tiempo de recapacitar y de corregir el rumbo. En otras palabras, todavía está a tiempo de entender lo que no ha querido entender: así no se gobierna un país.


Pisapapeles

Los jóvenes del Instituto de la Juventud de la CD.MX, en manos de Morena, hicieron, hace unas horas, una apología de Joseph Goebbels, el ministro de propaganda nazi. Ya sólo falta que hagan apología de Hitler. ¿Qué jueguito ñoño se traen entre manos los ñoños de la 4T? Más les valdría, a estos zopencos, no exhumar los demonios de la historia.

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