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La ceguera fanática

No hay peor ciego que aquel que no quiere ver

Refrán popular

La ceguera es uno de los peores vicios ciudadanos. Como ya lo habrá visto el lector, no me refiero a la invidencia física. Hablo de la causada por el fanatismo, la que impide advertir lo evidente porque no son los ojos los que no pueden ver, sino el ego, que se niega.

La campaña estadounidense es hoy, una pocilga que siendo común en estas tierras de mandamases, no lo es, en cambio, para una nación que dio vida a las ideas ilustradas de Voltaire, Diderot, Rousseau o el barón de Montesquieu. Revolotea en mi cabeza un titular del diario británico «The Guardian» que comparaba a Donald Trump con Chávez. Revolotea más que ese titular, la idea de que la democracia «más perfecta» del mundo sea ahora el cuadrilátero de un show barato de lucha libre, una pelea de estibadores de puerto.

El actual presidente estadounidense, vendiéndose como adalid de la moral y del decoro, apela a las estrategias que un felón de por estas tierras aprendió de otro mejor, ese que reinó por más de medio siglo en Cuba. Trump usa su lenguaje pugnaz contra todos lo que disienten de su corta visión de los problemas. Como Chávez, agrede él primero por aquello de que quien atiza el primer golpe, pega dos veces. Pero a muchos, el otrora dueño del «Miss Universo» y conductor de ese bodrio llamado «El aprendiz» no nos engaña. No, no le compro al señor Trump sus aires de hombre decente porque son demasiadas las evidencias que en efecto, señalan lo opuesto, empezando por el libro publicado por su sobrina.

Sin ánimo de defender a Alicia Machado ni mucho menos esos certámenes de belleza que a mi juicio, ofenden la majestad de las mujeres, el trato ofrecido a la Miss Universo desnuda su misoginia primero, pero también su   carácter. Él no ha sido tímido para mostrar el placer que le causa humillar a otros. Lo hacía en el programa de televisión con los concursantes, y lo hace con sus colaboradores y asesores en la presidencia. Y más allá de su talante impropio para el cargo que por ahora ejerce, está ese coctel de soberbia e ignorancia que expuesto con impudicia pornográfica durante la pandemia de Covid-19, tanto le ha costado electoralmente.

Sin embargo, la ceguera les impide ver a muchos lo que resulta innegable. Por lo contrario, tiznan la realidad con teorías alocadas, con acusaciones infundadas, con opiniones basadas en chismes, en noticias falsas difundidas con un ánimo malsano. Se dejan engañar porque quieren ser engañados… porque es más cómodo, más fácil. Como los fanáticos, creen pues, las mentiras que otros repiten hasta el hartazgo para disfrazarlas de verdades.

No se trata pues, de esta campaña en particular. Se trata – y siempre se tratará – de la ceguera que el fanatismo causa. En mi patio, demolió la credibilidad en el sistema democrático y hoy, si no son unos cuantos loando a un felón reo del delito de rebelión militar, lo son otros tantos más, añorando a Pérez Jiménez y su horrenda dictadura militar. Ahora en la nación más poderosa del mundo, no faltan los intelectuales y periodistas que con garrotes, apalean uno de los órdenes democráticos mejor acabados en este mundo. Pierde en esta pugna insensata pues, la idea misma de la democracia, que mengua frente al carisma de caudillos redentores y mandamases, réplicas de tiranos que en otras épocas, abrieron la caja de Pandora en 1914 primero, y luego de una paz que no lo fue realmente, en 1939.

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