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Pablo Brito
Photo Credits: Frank Hemme ©

KAFKARACAS: Apuntes de la irrealidad tropical

SEIS

Septiembre

Peor que la espera, la pausa.

Discurría el vacío sin novedades, y la gente a través de él, sin percatarse de que nada se movía, salvo un reacomodo de fuerzas en el poder que ya a nadie incumbía.

El deseo de cambio se desvanece como un vapor ajeno que ni se recuerda. Vamos de nuevo a enfrentar la vida en su territorio cotidiano, el de la enfermedad social disfrazada de normalidad, en el que todos tienen lo que merecen, según el boleto de lotería que les haya tocado.

Hay espacios privados, todavía. Privados principalmente de la posibilidad de producir resultados. Los rincones de la creación solitaria, el sueño. Los recovecos de los poetas desamparados sin techo ni cuaderno para escribir, como no sean los muros y las pancartas publicitarias en las que grandes consorcios fingen vender aparatos que nadie comprará para que el dinero circule silenciosa y secretamente en la gran máquina de lavar.

La población sigue acudiendo al trabajo, a la escuela, a la peluquería, sin saber que participa del experimento. La empresa no los necesita, son desechables, salvo cuando cumplen funciones mecánicas para las que los laboratorios de investigación y desarrollo buscan soluciones automatizadas. Ni siquiera como consumidores son ya imprescindibles, a menos que consuman drogas o formen parte de tropas que engullen armamento. El poder intenta simplificar la ecuación y descartar el recurso, el factor, el fenómeno humano. El delirio de los narcos se encuentra en la cima con el de los tiranos. La masa se ha convertido en estorbo para dominar a la masa.

– Debemos irnos – dijo Q
– ¿Y dejar todo esto así?
– No nos corresponde otra cosa.

Había albergado ( extraña la expresión, en mi actual situación carente de albergue) alguna esperanza de que pudiéramos permanecer un poco más, pero sabía que seis meses eran mucho más de lo que normalmente se concede en ese tipo de prórrogas. Nos tocaba seguir nuestro rumbo, pero alguien dentro de mí se resistía: no había descifrado el enigma.

– Ya Saturno toca la campana, se han cumplido las tres conjunciones.

Q llevaba la cuenta con precisión, basada en observaciones del cielo nocturno que eran para mí incomprensibles.

– Lo que viene a continuación es diferente – agrega.

Me había comentado otras veces que estaríamos hasta el fin del período y luego subiríamos a la nube, y que aquel interregno vería su fin. La gente despertaría como si nada de aquello hubiera sucedido. Sueños y pesadillas tienen el mismo carácter efímero.

Era entonces nuestra última ronda.

Paseábamos por lugares que traslucían lo que habían sido, pero no anunciaban lo que llegarían a ser, como el niño en que es difícil adivinar lo que será de grande. Más feo, seguramente, pero tal vez más fuerte, más sereno, quién sabe.

Haciendo abstracción del complot (que si llegaba a durar más de la cuenta se establecería como la nueva normalidad, la pobreza y la ignorancia no se veían insuperables). Los seres humanos tienen muchos defectos, pero nunca se repiten de la misma manera. Aquello era una opereta , parodia de una tragedia que seguía siendo tragedia para muchos pero que ya a casi ninguno engañaba. La tarea silenciosa de la conciencia se cumplía como la gota infinitamente repetida que finalmente perforaba la coraza. La Historia se abría paso, contra todo pronóstico.

No es tan terrible morir, me dije, y de pronto entendí que allí estaba la solución del acertijo. Alejándose de uno mismo se descubre la excesiva mortalidad de la especie, que avanza imperceptiblemente hacia su destino invisible a fuerza de caídas -y caídos- de semillas que se pudren bajo tierra para germinar, de ilusiones que se quiebran sin cesar y de belleza juvenil que se marchita. El sol generoso del trópico nos hace olvidar la oscuridad y seca las lágrimas del duelo con demasiada rapidez. No queremos ser mortales, que es lo único que somos. Porque la vida es breve y también lo son los días en Kafkaracas, breves como esta crónica que hoy concluye y que tal vez comience en cualquier otro momento, después de que la muerte termine.

A lo lejos, desde un viejo radio de transistores, llegaba una canción gringa, vieja también. Como una ensoñación, un recuerdo inalcanzable o un presagio, no sé.

Se podría traducir así:

Cuando yo era joven me hicieron creer que había organizaciones

Para matar por mí a las culebras

La iglesia, el gobierno, la escuela…
Pero cuando crecí supe

Que tenía que matarlas yo mismo.


Las Naciones Unidas no están realmente unidas
Y las organizaciones no están realmente organizadas.

La gente da vueltas sin saber lo que está haciendo
Llevan tanto tiempo perdidos que no saben qué están buscando
Yo sé lo que estoy buscando, pero no puedo encontrarlo
Supongo que tengo que mirar dentro de mí mismo un poco más. *

Continuará

*Donovan – Rikki Tikki Tavi


Photo Credits: Frank Hemme ©

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