Es escaso el espacio que ocupa en los medios de comunicación. Pocas líneas que reseñan uno de los tantos hechos cruentos que diariamente enlutan a América Latina bajo un título que empieza casi siempre con la misma palabra: Un linchamiento…
Lo que antes parecía un fenómeno que se desarrollaba esporádicamente entre las callecitas de los barrios más pobres, ahora se está volviendo una práctica cada vez más común.
Es de hace pocos días la noticia del asesinato de un alcalde quien, en Guatemala, en el municipio Concepción del departamento de Sololá, fue sacado de su casa, golpeado y quemado, por un grupo de vecinos quienes lo acusaban de ser el mandante de un tiroteo contra un ex candidato a la alcaldía.
Los linchamientos involucran a personas de todo tipo y corren el riesgo de transformarse en una nueva forma de hacer justicia. Lamentablemente cuando una gran parte de las poblaciones considera justo y oportuno responder a la violencia con violencia, significa no solamente que la justicia verdadera no está funcionando sino algo mucho peor: es síntoma del deterioro moral, ético de una sociedad.
Los límites que imponen las reglas de la convivencia, del compartir un mismo espacio se diluyen cuando los atropellos se multiplican, el poder del hampa se alarga, la corrupción pone precio a todo y el ciudadano queda indefenso e impotente frente a un gobierno incapaz de gobernar y a un estado inexistente.
Cuando los atropellos llegan directamente de quienes gobiernan, la confianza en las instituciones baja a tales extremos que las personas ni denuncian los robos, atracos, violaciones, secuestros y mucho menos los casos de corrupción. Están convencidas que lejos de encontrar una respuesta justa y eficiente a sus problemas corren el riesgo de aumentarlos. La falta de confianza, respeto y tolerancia hacia los demás va carcomiendo la sociedad desde adentro. Es un cáncer del que es muy difícil curarse.
En América Latina, según el Barómetro de las Américas 2014 de LAPOP, que hizo encuestas en 25 países del continente, un promedio de 32,1 personas sobre 100, está de acuerdo con la aplicación de la justicia por mano propia. Es un promedio muy alto considerando que en algunos países como por ejemplo República Dominicana llegamos a puntas de 42,8 por ciento, seguido por Paraguay, 42,3, Perú, 40,6.
Lo que más preocupa es que también en los países donde los porcentajes eran más bajos, en los últimos tiempos, se ha registrado un incremento de los linchamientos. Un ejemplo es Venezuela. Este, según el Barómetro de las Américas 2014 de LAPOP era uno de los países con el menor número de personas apoyando este tipo de justicia. Sin embargo, en los últimos meses ha visto multiplicarse los casos de linchamientos o de intentos de linchamientos. Aún cuando racionalmente las personas se dicen contrarias a buscar justicia por mano propia, a la hora de actuar lo hacen sin pensar. Su proceder responde a impulsos irracionales fruto de la rabia y la sensación de impotencia largamente reprimidos.
Muchos latinoamericanos nos hemos acostumbrado a vivir con el miedo como compañero de camino pero ese mismo miedo es como una bomba de tiempo que explota cuando menos lo esperamos.
Llega así la justicia, pero esa justicia es tan injusta que deja cicatrices profundas en la sociedad.
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