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Jalar

Hay veces en las cuales la lengua sostiene un fósil. Como si fueran huesitos del triásico o la impresión de una hoja prehistórica en lodo sólido. Cuando pronunciamos la jota de jalar en todo su esplendor de carácter semítico, estamos manteniendo viva una pronunciación andaluza, un arcaísmo. La jota tiene sus eslabones y su australopithecus es un junco egipcio. Un jeroglífico lanceolado y vegetal.

Halar me suena a alar. A añadirle, en un laboratorio encargado del diseño inteligente, alas a pichones. Según el diccionario alar es más la relación a las alas, al alero o, aún más acongojante, una percha de cerdas para cazar perdices. Ese último parece, sobre todo, la respuesta a un crucigrama avanzado.

La imprenta de Gutenberg nos dio la jota. Fueron los holandeses que revivieron, para usarla con esta tecnología, otro fósil a su vez: la i longa del latín. Los romanos tenían el grafema pero no el sonido. Por ello, el mes de julio en latín se escribe iulius. Esta i alargada se utilizaba sobre todo en los números al estar en posición final. El trece no era XIII, sino XIIJ.

La pronunciación es un movimiento fricativo uvular sordo, es decir, rozando el aire mientras se articula con el fondo de la lengua y la úvula sin vibración de cuerdas vocales. Es probable que provenga de los desiertos semíticos.

Por su popularización durante el inicio de la imprenta la jota se conocía como i holandesa en español. Se fue incorporando a nuestro idioma, reemplazando la equis alrededor del Siglo de Oro. Por eso el lema de la Real Academia Española era Limpia, fixa y da esplendor y ahora dice fija. No es así el caso de México o Texas, conservados en la formalina de la identidad. También el Alfabeto Fonético Internacional reconoce el sonido en español usual de la jota con el símbolo de /x/.

Enano en esperanto es nano y enanos se escribe nanoj. Es decir, el falso idioma universal, marca su plural con la jota. Hablar esperanto no es sostener un fósil con la lengua, sino un artificio, un colorante o un cuero sintético.

Cuando era niño recuerdo pensar que decir jalar era un error. Veía en las puertas de oficinas, hoteles y lugares públicos la instrucción Hale en las puertas. No sabía aún que la lengua puede sostener lo que se proponga, hasta la torre de Babel.

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