La parte más significativa de la obra de Isaac Goldemberg, tanto en la ficción narrativa como en la poesía, está dedicada a una exploración de la subjetividad que intenta recomponer dramáticamente –como si se tratara de un espejo roto o de las piezas dispersas de un rompecabezas hecho de dolor, ansiedad y memoria– la identidad del sujeto.
En este escenario, la identidad se manifiesta de modos diversos e incluso contradictorios: puede ser tanto un motivo territorial como uno religioso; puede tratarse de un asunto cultural, ser visto como una excusa para la visceralidad, la reflexión y la autorrepresentación, o también lugar para el autoconocimiento. En suma, todo esto constituye un espacio de gran y sugerente complejidad para el lector.
Así, desde sus novelas La vida a plazos de don Jacobo Lerner (1976), Tiempo al tiempo (1984) o El nombre del padre (2001) hasta sus poemarios Peruvian blues (2001), La vida son los ríos (2006) o el más reciente, Diálogos conmigo y mis otros (2013) tienen como eje articulador el problema de la identidad judío-peruana, un aspecto central en la biografía del propio Goldemberg.
Diálogos conmigo y mis otros se inmiscuye una vez más en los sinuosos y difícilmente aprehensibles vericuetos de la identidad, el autorreconocimiento y la relación que el sujeto construye con su entorno a partir de estos presupuestos. Pero este libro es algo más que eso también: es un artefacto. Y como tal, no oculta su condición de texto artístico, y nos deja ver las trazas de su construcción.
Una primera constatación surge muy rápidamente: la relación que existe entre los epígrafes y los poemas en sí. Relación que cabe definir no tanto como tensa, sino más bien como productora de sentido: relación dialogante, que explica, que ironiza, que guía, de alguna forma, la lectura de los versos de Goldemberg.
Es interesante, por ejemplo, que en el prefacio, donde uno esperaría encontrar un poema que sirviera de apertura, uno lee más bien tres epígrafes que presentan al lector esta relación entre la cita y el texto. Clave resulta, para desentrañar una de las interpretaciones del poemario, el epígrafe de Theodor Adorno: “Quien no tiene patria, encuentra en la escritura un lugar para vivir”.
Hay pues un vínculo vital entre ambos, que invita a pensar en el conjunto como un organismo en el que tiene lugar una red de relaciones entre el lenguaje y la experiencia. Esta idea viene reforzada también por el título, que refleja tanto la introspección (“conmigo”) como la proyección hacia los otros, en el marco, precisamente, de un diálogo.
Por eso, paralelamente, los epígrafes encuentran en los poemas a los que preceden un espacio de reescritura, un encuentro de palabras y no una mera duplicación. Esta relación nos muestra, en otras palabras, la propia construcción de los textos. Este sería el aspecto formal más importante.
En cuanto a los tópicos que dominan el conjunto (que contiene además diversos registros de escritura: epigrama, parábola, fábula, poema conversacional, etcétera), la identidad y la memoria son los principales, desde el recuerdo terrible del holocausto hasta la condición judío-peruana de su autor, donde se encuentra quizá la mayor carga de pathos.
Esta doble condición se presenta en el poema “Soneto inexacto del judío peruano y viceversa”, una suerte de plegaria cuyo terceto final dice: “Por el Dios de Abraham de ti me fío/ que no le ofrendarás a mi peruano/ lo que con creces le has dado a mi judío”.
Diálogo conmigo y mis otros es, en suma, un conjunto de poemas que pone el acento en un vínculo problemático pero que su autor resuelve con sobriedad: la experiencia no se pone por encima de la estética. Tampoco ocurre lo contrario. He ahí su virtud central.