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Gabriel Rodriguez

Historias de gatos para adultos: Karim y la Negra

El viento traía susurros frescos de tormenta y la luna no parecía querer dormir. La Negra caminaba por los tejados con tedio, pensativa, contoneando su tristeza. De repente, cuando empezó la lluvia, lo vio: era blanco y delicado como una figura de hielo; sus ojos, ligeramente azules e infantiles, eran un río dormido que pugnaba por salir y arrastrar con su pasión todo a su paso. La Negra sintió un escalofrío en el lomo y quedó paralizada. “Es un sueño”, pensó. La electricidad que recorría su espalda presagiaba un encuentro voraz de emociones. El gato blanco se acercó y giró alrededor de La Negra. Las miradas infinitas se cruzaron un instante. “Soy Karim”, dijo él y pasó tan cerca de ella que adivinó sus penas y sus tristezas con sólo rozar su cola. “No temas”, le dijo, “no soy un gato cualquiera”. Ella movió su cuerpo y respondió dando vueltas sobre el animal de marfil, joven y hermoso como una deidad ancestral. Aunque tenía miedo, La Negra lo examinó altiva. “No tengo miedo, muchacho”, maulló: “El miedo tiene prohibida la entrada en mi corazón”.

—Los tejados son la selva de los tristes —pensó Karim al observar a la gata negra que lo desafiaba y lo atrapaba con sus ojos claros—: ¿estás perdida en esta espesura de viento y nubes?

La calle y noche, mientras, susurrando: perros escarbando sin la preocupación del mañana en la basura y las farolas, celosas, señalando a las parejas de amantes silenciosos. Un claxon desesperado, una carcajada. La sinfonía que precede al sueño regala las últimas notas.

—Quizás estoy perdida en la selva asfixiante del desamor. Quizás necesite la luna y las nubes y lluvia para lavar los besos que tengo en el cuerpo y que no me dejan dormir. Quizás estar pérdida es una bendición y soy afortunada por esta aquí, Karim. Irremediablemente perdida, extraviada y sin consuelo. Y apareces tú.

El gato blanco observó en silencio a La Negra. Un amago de lujuria traspasó su mirada. Sintió que era la balsa que aquella gata naufraga necesitaba. Se acercó y la besó sin mediar palabra. Entró en su vida como una sorpresa, como un regalo inesperado. “La noche es así”, pensó. “No te da tiempo”, y la amó y soñaron, cayendo en un remolino de piel inesperado que no dejó dormir al vecindario.


Photo Credits: Geert Orye

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