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Himnos a la noche

El poeta alemán Friedrich von Hardenberg, mejor conocido como Novalis, publicó en 1800 –a sus 28 años y unos meses antes de morir de tuberculosis– sus célebres Himnos a la noche. La inspiración para dicha obra provino de Sophie von Kühn. Novalis escribiría en su diario que le bastaron 15 minutos para sentirse «arrebatado por un irresistible sentimiento amoroso hacia la joven». Ella tenía por entonces 12 años y el poeta diez más. Al año siguiente se comprometieron y dos más tarde, a sus 15, la musa de Novalis moría de tuberculosis. Unos pocos meses después, ante la tumba de la amada, experimentaría lo que se ha denominado la Sophieerlebnis (experiencia Sophie) y que sería la génesis de los Himnos a la noche, que él registró en su diario así:

«Empecé a leer a Shakespeare, me adentré en su lectura. Al atardecer me fui con Sophie. Entonces experimenté una felicidad indecible, momentos de entusiasmo como relámpagos. Vi cómo la tumba se convertía ante mí en una nube de polvo, siglos como momentos –sentía la proximidad de ella–, me parecía que iba a aparecer de un momento a otro».

La visión del poeta romántico, acicateada por Shakespeare, constituirá más tarde el núcleo de los Himnos. En el tercero de los seis cantos, Novalis reproducirá enriquecidamente la escena:

En nube de polvo se convirtió la colina,
a través de la nube vi los rasgos glorificados de la amada.
En sus ojos descansaba la eternidad.
Cogí sus manos, y las lágrimas se hicieron un vínculo
centelleante, indestructible.
Pasaron milenios huyendo a la lejanía, como huracanes.
Apoyado en su hombro lloré,
lloré lágrimas de encanto por la nueva vida.
Fue el primero, el único sueño.

Los Himnos se construyen de manera antinómica: luz/oscuridad, día/noche, vida/muerte, mundo/eternidad, razón/sentimiento. Este es un rasgo propio del romanticismo que abarca tanto la obra de Novalis como su propia vida. Quizá sorprenda saber que el denso poeta alemán estudió geología y llegó a ser director de una mina de sal en Weißenfels, Sajonia.

El primer de los seis cantos comenzará con una apología de la luz, que parece ser principio y origen de todo lo existente:

Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama,
por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve,
a la que todo lo alegra, la luz…

Repentinamente el poeta, casi violentamente, se vuelve hacia la noche:

Pero me vuelvo hacia el valle,
a la sacra, indecible, misteriosa noche.

Los versos que siguen son literalmente un ejercicio de nostalgia. La tristeza embarga al poeta al punto de exclamar «¡qué pobre y pequeña me parece ahora la luz!». Pero la noche poco a poco comienza a cobrar tal sentido que pasa a convertirse en «gran anunciadora de universos sagrados». Este juego antinómico prepara el terreno para la gran revelación al final del Canto I:

Ella te envía hacia mí, tierna amada, dulce y amable sol de la noche.
Ahora permanezco despierto,
porque soy tuyo y soy mío.
Tú me has anunciado la noche: ella es ahora mi vida.

La noche, metáfora de la muerte en este Canto I, le ha revelado al poeta, en su más oscuro seno, la llamada de la luz, la amada, el sol de la noche. Y el poeta responde al llamado. El Canto II inicia con un reclamo. El poeta, que ha penetrado el reino de la muerte como un Diógenes con su lámpara, se queja de que la luz del amanecer lo regrese al mundo terrenal:

¿Tiene que volver siempre la mañana?
¿No acabará jamás el poder de la tierra?

El Canto III mantiene al poeta atado al mundo, específicamente al tiempo del duelo por la amada muerta. Paradójicamente la tristeza acontece en medio de la luz del mundo, una luz que el poeta intuye como imperfecta hasta que le acontece la visión de la amada emergiendo de la tumba, aquella a la que aludía en su diario y que se le revela como garantía de una luz superior:

Y desde entonces,
solo desde entonces,
siento una fe eterna, una inmutable confianza en el cielo de la noche,
y en la luz de este cielo: la amada.

En el Canto IV Novalis da un salto inesperado: intuye su muerte, pero se sabe vivo aún. Este canto es un combate entre la vida, representada por una luz que el poeta interpela («¿puedes tú ofrecerme un corazón eternamente fiel?») y la muerte, significada en la noche. La voz poética se declara «fiel a la noche y fiel a su hijo, el amor creador», y a partir de ese momento se decanta por el viaje final:

Camino al otro lado,
y sé que cada pena
va a ser el aguijón
de un placer infinito.

El Canto V es el más extenso y complejo porque rompe la unidad y secuencia de los Himnos. En él Novalis repasa la historia del mundo y de la humanidad. El enfoque de este canto es teológico y, por tanto, la historia de la humanidad es la historia de la Salvación que concluye en Cristo:

Se levantó la losa.
Resucitó la Humanidad.
Tuyos por siempre somos…

El canto concluye en un paroxismo místico que, a mi juicio, constituye no solo de las más hermosas páginas de la poesía mística, sino que compite en belleza, profundidad y alcance con la lírica de San Juan de la Cruz y Santa Teresa:

El Amor se prodiga:
ya no hay separación.
La vida, llena, ondea
como un mar infinito;
una noche de gozo
–un eterno poema–
y el sol, el sol de todos,
será el rostro de Dios.

Novalis ha recodificado el valor semiótico de la noche justo antes del final de los Himnos. La noche ya no es la muerte, sino la muerte de la muerte, la Resurrección.

Entra así al Canto VI, en el que noche y luz se funden, en el que la amada y Jesús, el amado, se confunden:

Bajemos a encontrar la dulce amada,
a Jesús, el Amado, descendamos.
No temáis ya: el crepúsculo florece
para todos los que aman, para los afligidos.
Un sueño rompe nuestras ataduras
y nos sumerge en el seno del Padre.

Novalis nos deja una lección mucho más trascendente que su obra, lo cual no es poco decir. Desde niño padeció los estragos de una salud decadente, y contra ello luchó para dejarnos un legado poético y filosófico. Él estaba convencido de su misión como poeta: «Cuando un poeta canta estamos en sus manos: es él quien sabe despertar en nosotros aquellas fuerzas secretas; sus palabras nos descubren un mundo maravilloso que antes no conocíamos». Creo que vale la pena vivir con el ímpetu de Novalis, regalarnos la Novaliserlebnis, la experiencia Novalis.

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