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ViceVersa Magazine

«Hay algo lastimero en ella” –pensó al dormirse. Chejov

BOGOTÁ: Helena soñó que se alejaba de la Candelaria, un barrio en el centro de Bogotá, que en la quimera tenía una atmósfera entre amarilla y anaranjada. En la medida que se apartaba de esa llama, se adentraba en una tormenta azul, caminaba con el viento en su contra, empedernida en llegar a tiempo a la oficina; como siempre, hasta en los sueños, iba tarde.

El día que soñó eso, hizo un frío atroz en la capital, lo que combinaba perfectamente con su resfrío y con su buzo de lana gris. Iba tarde, naturalmente, pero como siempre llegó antes que sus jefes. En la mañana, escapó de la monotonía de su trabajo excusándose en su enfermedad pasajera, y estuvo un rato sentada en la panadería de la esquina tomando agua de panela hirviendo. Quedó debiendo trescientos pesos, la tendera, una señora bizca con gafas de lente grueso que no fiaba nunca ni un grano de harina, aceptó la deuda al ver la indisposición de la joven. Después de beber la pócima reparadora, la taza aún conservaba el calor a pesar de estar vacía. Helena se quedó ahí durante unos minutos, encorvada, sosteniendo el recipiente entre ambas manos, sustrayendo su energía. Temblaba de frío, temblaba de inquietud, necesitaba arroparse. Pensaba en la otra parte del sueño: mientras marchaba contra el viento, había entrado en una habitación cálida y acogedora donde había una mujer algo robusta acostada en una cama, desnuda y adornada con flores que decía que estaba enamorada de Chejov.

Wikipedia define Candelaria como un nombre propio femenino de origen latino proveniente del latín candela, (vela) procedente de candeo (estar candente, encendido), derivado a su vez de la raíz indoeuropea kand que significa brillar. Dicho nombre procede de la fiesta de la purificación de la virgen. Helena leyó La Dama del perrito, estaba, casi supersticiosamente convencida, que tal vez el sueño le quería decir algo. Divagando, perdida entre sus cavilaciones, buscando definiciones, y conexiones que tal vez no existían, descuidando su trabajo y sintiendo un repentino calor desde su sexo hasta su garganta y un terrible dolor físico en el lado izquierdo del pecho, anheló un misterio que sostuviera su existencia. No era páramo, temblaba porque era volcán, lava hirviendo, rugiendo, a punto de detonar por la piel y arrasar con alguna forma de vida que se atravesara en el camino.


Photo Credits: Giorgio Minguzzi

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