Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
daniel campos
Photo Credits: Irina Calvo ©

Haikus del Bosque Municipal de Atenas

A veces pasás de largo el mismo lugar por muchos años sin darte cuenta de las posibilidades vitales que te ofrece. Pero si te mantenés atento y atendés al llamado del lugar, un día finalmente las percibís. Y para expresarlas, empezás con la crónica, pasás a la ficción y llegás a la poesía.

Al finalizar mi época del colegio en Costa Rica, mi familia empezó a vacacionar junto con una familia de amigos en Playa Esterillos, en el Pacífico Central de Costa Rica, y no en Guanacaste como lo hacíamos antes. Empezamos a viajar por Atenas de Alajuela para luego subir el Monte del Aguacate y descenderlo, pasando por San Mateo y Orotina, hasta desembocar en la costa.

Atenas siempre me atrajo como pueblito para visitar e incluso, en ciertos momentos de añoranzas bucólicas, para vivir. Quizá se pensaría que Atenas me atraía por mi vocación filosófica, por aquello de los Sócrates, Platón y Aristóteles que allí pudieran reunirse a filosofar en los poyos del parque bajo las altísimas palmeras reales. Pero no, me atraía por los mangos, el calorcito, el sol delicioso y la gente buena gente.

Con el pasar de los años, nuestra vida familiar se fue ligando cada vez más a ese hermoso Pacífico Central y Atenas siempre nos quedó de camino. Pero cuando se inauguró la autopista San José – Caldera, trazada por otra ruta para llegar más rápido al Pacífico, Atenas quedó de lado. Ya no se pasaba por allí y los viajeros no entraban a dar una vuelta al pueblo. De todos modos, el romanticismo nostálgico corría por las venas de mi familia y de vez en cuando viajábamos por la vieja ruta y pasábamos junto al pueblo de los filósofos criollos. Sin embargo, nunca nos detuvimos a caminar por el Bosque Municipal de Atenas.

Yo presentía que el bosque ofrecía posibilidades vitales inexploradas. Una vez intenté visitarlo solo pero no encontré entrada a los senderos. El bosque me parecía impenetrable. Otra vez le pregunté a un vecino del Alto del Monte pues quería explorarlo con mi amiga Tsun Hui, quien me visitaba desde Taiwán. El amable lugareño me dijo que entrara por la plaza de fútbol al frente de la escuelita del lugar. Por allí nos adentramos mi amiga y yo a caminar por los senderos del bosque seco. Subimos y bajamos laderas de la montaña y bordeamos una quebrada que aliviaba la sed del bosque. Descubrí las posibilidades vitales del bosque seco ateniense. Quedé con deseos de regresar.

La tercera vez presencié una escena mitológica. ¿Fue sueño o realidad? No lo sé. El fauno de un robusto espavel y la ninfa del río Minas paseaban juntos por el bosque, sintiendo, escuchando, observando y percibiéndolo todo. El fauno, poeta sensualista y alucinado, intentó expresar la sutileza del momento por medio del arte minimalista del haiku. Trazó estos versos con sus dedos en la corteza del espavel del bosque que le albergaba.

Chicharras cantan.

Crujen las hojas secas

bajo nuestros pies.

Gota de agua

fresca en labios secos

es tu presencia.

Canto de aves.

El corazón del bosque

late y vive.


Photo Credits: Irina Calvo ©

Hey you,
¿nos brindas un café?