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¿Vientos de cambio?

Más que una ilusión, una esperanza. El clima que se respira no ha cambiado. Es el mismo. América Latina no termina de salir de unos procesos electorales que entra en otros. Decimos, recién ha dejado atrás las elecciones en Brasil y en Chile y ya está en la víspera de otras igualmente importantes. Tal vez, más importantes: las de octubre en Argentina y, en fecha aún por definir pero seguramente en el último trimestre del año, en Venezuela.

Las elecciones, en los dos países, revisten importancia particular. Podrían determinar cambios profundos  cuyos efectos  se reflejarían  directa e indirectamente en toda América Latina. Decimos, determinar el ocaso definitivo de la dinastía Kirchner y el declive del “chavismo”. Ambos, desde hace años, son protagonistas de la política en los  países respectivos y condicionan decisiones en el resto de América Latina.

Nestor Kirchner, antes, y Cristina Fernánez de Kirchner, luego, gracias a sus personalidades carismáticas han gobernado Argentina por más de 10 años, entre polémicas y denuncias de corrupción. Polémicas y denuncias que, dicho sea de paso, podrían empañar el proceso electoral, dejar un sabor amargo en boca y, en últimas instancia, determinar reacciones inesperadas en los electores.

Por su parte, el extinto presidente Chávez, antes, y el presidente Maduro, luego, han dominado la escena política venezolana desde el año 1999. Venezuela, hoy, atraviesa por un proceso político particularmente delicado cuyas características esenciales podrían resumirse en una palabra sóla: polarización. “Chavistas” y “anti-chavistas”. Blanco o negro. Nada de grises. Tan sólo el dilema falso de izquierda y derecha, explotados y explotadores, que tienen como telón de fondo una crisis económica cuyas peculiaridades son, a decir poco, inusuales.

 El poder, en Argentina y en Venezuela, tiene raíces en el discurso populista de sus líderes quienes se han preocupado más de fortalecer su poder personal que por construir un modelo de desarrollo económico equitativo, realmente distributivo, generador de riquezas y de trabajo y sustentable en el tiempo. La retórica de Cristina Fernández de Kirchner recuerda la de Evita Perón, cuando hablaba a sus “descamisados”. Y la elocuencia de Chávez a la de Fidel, capaz de mover masas.

Sin embargo, los años no han transcurrido inútilmente. Han debilitado las bases del poder, carcomido sus cimientos. El balance, para el «kirchnerismo» y el «chavismo», no hubiese podido ser más deficitario. Están en deuda con sus electores, con la comunidad, con el país.

Cristina Fernández de Kirchner ha festejado recientemente los 12 años del kirchnerismo en el poder. Consignas triunfantes y palabras grandilocuentes. Sin embargo, no parecieran existir muchas razones para festejar. El país, como el resto de la región, sufre los efectos directos e indirectos de la crisis mundial y de la caída de la demanda de materias primas. La economía austral  vive una etapa de recesión de la cual no logra salir. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional y a la Organización de las Naciones Unidas, el crecimiento del Producto Interno Bruto no pasará de un débil 0,4 por ciento. Por su parte, la inflación, de acuerdo al ministro de la Economía, Axel Kicillof, se estima entre un 15 y un 20 por ciento para finales del año. A saber, una cifra por encima del promedio de la región. Algunos economistas, sin embargo, consideran que el titular de la cartera de Economía se ha quedado corto. Y aseguran que el costo de la vida, con suerte, oscilará un 35 o un 40 por ciento. Por otra parte, la fuga de capitales, a pesar de las barreras y de los controles cada vez más estrictos, crece sin parar empujando hacia la devaluación de la moneda. Todo esto tiene como telón de fondo el default oficial, el cual dificulta  la obtención del financiamiento externo.

El candidato del peronismo, cuyo nombre se conocerá luego de las primarias, deberá lidiar también con los escándalos que han acompañado la gestión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, desde el caso del atentado a la Amia hasta los negocios de Hotersur.

Si el «kirchnerismo» navega en aguas agitadas, el «chavismo» lo hace en medio de una verdadera tormenta. Por ahora, su preocupación son las primarias, de las cuales deberían salir los candidatos a las próximas elecciones parlamentarias. Estas, las primarias, están a la vuelta de la esquina. El «chavismo», hoy, lo tiene todo cuesta arriba. No sólo las encuestas. El balance de más de 15 años en el poder no podría ser más deficitario. Venezuela pareciera ser un barco sin timonel. A la delincuencia incontenible, que mata sin hacer diferencia entre ricos y pobres, uniformados y civiles, «chavistas» y «no chavistas», se suma una economía sumida en una crisis profunda. Y eso a pesar de las riquezas inmensas recibidas por concepto de venta de hidrocarburos, cuando el crudo se cotizaba en más de 100 dólares el barril en los mercados internacionales

La crisis venezolana es cada vez más preocupante. Volvió a cobrar vida un fenómeno que los venezolanos pensaban haber dejado atrás: la «stagflaction».  Decimos, la recesión en presencia de una espiral inflacionaria incontenible. El Fondo Monetario Internacional, y otros organismos, estiman que el Producto Interno Bruto  caerá en no menos del 7 por ciento. En cambio, la inflación, a pesar de que el Banco Central de Venezuela dejó de publicar cifras oficiales, se estima que crecerá aceleradamente para cerrar el año en no menos del 150 por ciento y, en el peor de los casos, en más del 200 por ciento. Acompaña la caída del Pib y la espiral inflacionaria la escasez, ya crónica, de bienes de consumo y de medicinas. Los venezolanos pasan horas haciendo colas en las puertas de abastos, supermercados y farmacias con la esperanza de poder adquirir alimentos y medicinas. Por último, el signo monetario sigue perdiendo terreno frente al dólar y al euro.

Crisis, recesión, deterioro del nivel de vida, pobreza. No son estos los que preocupan a la comunidad internacional. Argentina y Venezuela, al fin y al cabo, son países con recursos e infraestructuras industriales importantes. Tan sólo necesitan de reglas claras y de una buena dosis de confianza para volver a crecer. En cambio, inquietan las restricciones a la libertad, la represión violenta de la disidencia, el hostigamiento en contra de editores, la descalificación de periodistas, los políticos presos y el lenguaje violento.

A los ojos del analista, Argentina y Venezuela presentan características comunes. En ambos países los gobiernos han hecho lo posible para poner freno a la prensa de la Oposición. Decimos, han tratado de acallar las voces de la disidencia y las denuncias de irregularidades. Además, ejercen el control férreo sobre el poder legislativo y han tratado de hacer lo mismo con el poder judicial. Han puesto fin a la autonomía del Banco Central destruyendo la confianza que los ciudadanos tenían en la institución, y han tenido enfrentamiento verbales con gobiernos extranjeros, sean estos socios o no en organismos internacionales.

Cabe destacar, sin embargo, que el gobierno de Venezuela, más que el de Argentina, responde a una fuerte vocación autoritaria. De hecho, es mucho más represivo, centraliza todo el poder y un numero importante de altos cargos oficiales han sido y están siendo desempeñados por militares. Dulcis in fundo, ha encarcelado a líderes de la Oposición, ha suprimido casi toda la prensa independiente, ha cerrado canales de televisión y ha obligado indirectamente a editores a la venta forzada de periódicos y estaciones de televisión.

Por todas estas razones, las elecciones presidenciales en Argentina y en especial las parlamentarias en Venezuela representan la esperanza de un cambio; un cambio que podría fortalecer las instituciones democráticas,  estimular la dialéctica, devolver la esperanza en la política y restablecer el clima de tranquilidad que las economías necesitan para crecer, producir, generar riquezas y crear fuentes de trabajo. En fin, sería una demostración de madurez,  amén de que la alternabilidad en el poder ha dejado de ser una simple consigna para volver a ser una realidad.


Photo credits: Cristóbal Alvarado Minic

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