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esteban ierardo

GRANDEZA Y TRAGEDIA DE LOS ONAS

Todas las culturas son valiosas, con su manera de entender el mundo. Y muchas culturas desaparecieron por  la presencia europea en América. En todo eso pensé cuando un misterioso algoritmo de Youtube nos llevó, a Laura y a mí, hasta un documental sobre un pueblo cuya mitología y cosmovisión estudiamos hace tiempo con mucho interés. Es quizá oportuno recordar lo que un pueblo indígena que habitó en el sur de la Patagonia aún puede mostrarnos.

En la Isla grande de Tierra del Fuego en el sur de Argentina y Chile se desarrolló la cultura de los selknam u onas. Este pueblo era nómada, cazador y recolector. Habitaban en el norte y centro de la isla que compartían con otros pueblos, como las Haush (ubicados en el sur), con los que estaban emparentados, y los pueblos canoeros (nómadas marinos): los kawésqar o alacalufes, y los yaganes o yámanas.

“Selknam” era el nombre que les daban los tehuelches o Aónikenk, nómadas cazadores de gran estatura, que vivían más al norte, en el continente; el gran tamaño de las huellas de sus pies dio lugar a la expresión Patagones o Patagonia. Y “ona” era como los llamaban los yaganes, habitantes del sur isleño; ona era el término para referirse a  “hombre de a pie” o «gente del norte».

Los onas se alimentaban de guanacos, aves, frutos silvestres y también de productos marinos, mariscos, o de alguna ballena varada. Su arma principal era el arco y la flecha. Se trasladaban con sus tiendas en bolsas de cuero y cestos de junco.

En invierno soportaban temperaturas muy bajas, por lo que se vestían con pieles y zapatos de piel de guanaco. Sus recursos naturales eran escasos, pero desarrollaron un sistema de creencias y ritos complejos que deslumbró a los estudiosos europeos.

La sociedad selknam tenía linajes de parentesco que vivían en territorios propios de caza y recolección llamados haruwen. La isla se dividía en un grupo de haruwen que, a su vez, tenía siete “cielos”.

Sus costumbres se mantuvieron prácticamente inalteradas desde el 5000 antes de C. hasta la llegada de los españoles. En una primera fase del encuentro con el europeo, en 1520, Hernando de Magallanes vio las fogatas de los onas, que le dieron nombre a la isla, pero el primer encuentro documentado entre españoles y onas se dio con la expedición de Pedro Sarmiento de Gamboa, en 1580 (1).

En 1826 la expedición de Robert Fitz-Roy, con el famoso naturalista Darwin a bordo del Beagle, pasó por el Estrecho de Magallanes (2). Luego, hacia 1880 se inició la fiebre por el oro. Hasta entonces, los onas estuvieron aislados y sin mayores amenazas. Pero esto cambiará. Se asentaron las estancias, como la del latifundista José Menéndez y Menéndez. El modelo estanciero fueguino de apropiación de la tierra supuso la economía lanera, la cría de ovejas y la colocación de alambrados como visibilización de la propiedad privada. Acostumbrados a sus libres movimientos, y a la caza del guanaco, los onas cortaban esas divisorias artificiales para capturar su alimento, a veces ovejas, a las que llamaban “guanaco blanco”. Esto fue usado como excusa para perseguirlos y asesinarlos.

En 1899, 11 onas fueron secuestrados por la tripulación de un ballenero belga, que los llevó a la capital de Francia, donde se realizaba la famosa Exposición Universal de París, que celebraba el centenario de la Revolución Francesa, y que brillaba como símbolo de la era industrial. Los onas arrebatados de su tierra fueron exhibidos como subhumanos, como representantes del “salvajismo” frente al “progreso” y la “civilización”, en el marco de los zoológicos humanos de la época organizados por el profundo racismo dominante. Y un maltrato que, en el caso de los onas, contrastaba con los relatos del socorro que éstos les brindaron a náufragos europeos necesitados de ayuda.

Una vez iniciada la persecución de los selknams en Tierra del Fuego, de la cacería participaron numerosos capataces y peones ingleses, escoceses, italianos e irlandeses, encabezados por la figura tristemente legendaria de Julio Popper,  y por Mac Lennan,  el «chancho colorado». Su patrón Menéndez y Menéndez pagaba una libra por los testículos y senos de los onas asesinados, y media libra por cada oreja de niño.

Julio Popper era un ingeniero rumano que, en la Argentina, se entregó a la aventura y el genocidio; recibió tierras en Tierra del Fuego por el gobierno argentino y allí acuñó sellos postales y monedas de oro con su nombre. Intentó enriquecerse al buscar oro, y al no encontrarlo quiso hacer dinero con la matanza de los onas. Lo que acredita su contribución al genocidio es un álbum fotográfico, de 1887, que le obsequió al presidente argentino Miguel Ángel Juárez Celman, que se conserva en el Museo del Fin del mundo en Ushuaia. Fotografías de la matanza y, en una ellas, tristemente famosa, se ve a Popper y a sus pies un ona asesinado durante la cacería. En el álbum describía a los onas como salvajes y exóticos, a tenor de la mentalidad de la época.

Su vida oscura, casi como un acto de justicia poética, terminó en una muerte oscura: se lo encontró muerto en una habitación de un hotel en Buenos Aires, en 1893, en misteriosas condiciones, quizá asesinado por alguna venganza.

El patrón del exterminio fue muy amplio. A fines del siglo XIX y comienzos del XX la tripulación de los barcos que pasaban por el Estrecho de Magallanes, hacían prácticas de tiro disparándoles a los onas cuando los veían entre sus toldos y fogatas. No puede saberse cuántos pudieron morir por aquella cobarde agresión.

La primera matanza documentada fue en 1886 con la expedición de Ramón Lista. En las cercanías de San Sebastián los expedicionarios se toparon con un grupo de onas. Lista quiso tomarlos prisioneros. Los selknams se resistieron. Entonces ordenó que les dispararan. 27 murieron en ese momento. Un joven ona escapó y se ocultó tras una roca con solo un arco y una flecha. Lo fusilaron con 28 disparos. El sacerdote salesiano José Fagnano se opuso con vehemencia a la violencia homicida del expedicionario. Lista amenazó con fusilarlo también.

En la playa de Springhill, una ballena varada fue inoculada con veneno. Una tribu de onas se alimentó de ella, cerca de 500 murieron.

En Punta Alta, un grupo selknam resistió durante todo un día el asedio de los estancieros, hasta que todos, unos 25, perecieron. Mac Lennan convenció a otro grupo que se resistía a hacer las paces, los invitó a compartir vino en un banquete. Luego de quedar embriagados, Mac Lennan ordenó a sus acólitos disparar; y un inmigrante italiano que buscaba oro, encontró un campo con 80 indios muertos. Para 1880 sobrevivían aun 4000 onas, para 1905 solo 500. Luego muchos murieron por enfermedades traídas por el hombre blanco y que aumentaron su poder de contagió en las misiones en las que fueron alojados.

Lola Kiepja, la llamada “última ona”, fue una chamana y cantante, murió en 1966. Conservó la memoria de su pueblo a través de sus canciones, que fueron grabadas por la antropóloga francesa Anne Chapman (3).  

Pero en la memoria ona, entre la bruma del pasado perdido, late un hecho fundamental que expresa la riqueza imaginativa y la profundidad simbólica de los onas: su ritual del hain…  

Un espíritu inquieto llegó a Chile. Lo movía la fe y el deseo de conocer otros pueblos, lejanos, poco conocidos. El viajero era Martin Gusinde (1886–1969), sacerdote y etnólogo austriaco. Luego de enseñar ciencias naturales en un Liceo alemán en Santiago de Chile, emprendió su viaje soñado. En 1918, se dirigió al sur, a Punta Arenas. Visitó las misiones salesianas en Tierra del Fuego que abrigaban a onas en Río Grande, y en la isla Dawson. Conoció también a los yámanas.   

Fue y volvió varias veces a Tierra del Fuego. En su cuarto viaje a la gran isla en 1923, llegó a caballo hasta un campamento selknam en lago Fagnano. En un viaje anterior entró en contacto con el chamán Tenenesk. Entre los onas, los chamanes se llamaban xo’on y tenían gran prestigio; se les reconocía poderes sobrenaturales que usaban para atraer con sus cantos a las ballenas hacia la playa, o para curar. En sus sesiones de curación entraban en trance cantando durante horas. El alma del chamán así se proyectaba y ascendía a los “cielos” donde encontraba su poder.    

Entre los rituales dirigidos por los chamanes destacaba la gran ceremonia del hain. Tenenesk autorizó al viajero austriaco a ser observador y a fotografiar el ritual, por eso los selknams llamaban a Gusinde mankasem, que en su lengua es “cazador de sombras”. Pero como para ese entonces el hain ya estaba en decadencia,  Gusinde les donó 360 ovejas para animarlos a repetir su ritual. Así el hain comenzó el 21 de mayo de 1923. El último hain, según Chapman sería en 1933.   

El rito lo conocemos por las fotografías y el relato del propio Gusinde, en El mundo espiritual de los selknam (4). El hain era un rito de iniciación de los jóvenes a la adultez, y era también una práctica de encuentro entre distintos grupos que se reunían para la ocasión. Los jóvenes que se iniciaban, de entre 14 a 18 años, se los llamaba kloketen. Por la ceremonia se busca que los jóvenes adquirieran carácter y conocimientos sobre “las verdades de la vida”. Esto les permitiría ser aceptados como adultos. Para esto debían pasar por varias pruebas. El centro de la ceremonia era una gran choza construida en el bosque, en sentido opuesto al campamento, para que mujeres y niños no vieran lo que ocurría en su interior.   

Según las creencias de los onas, el hain surgió en un tiempo mítico, en el que las mujeres, lideradas por Kreeh, esposa de Krren, dominaban a los hombres. Para mantener este dominio las mujeres crearon el hain. Se pintaban los cuerpos y usaban máscaras para representar a espíritus que aterrorizaban a los hombres. Las mujeres convencieron a los hombres de que estos espíritus bajaban del cielo, o surgían de la tierra. La mentira duró hasta que los hombres descubrieron a las mujeres quitándose la pintura dentro de la choza ceremonial, mientras que reían complacidas por el engaño. Entonces los hombres mataron a las mujeres, solo dejaron vivas a las más pequeñas que no conocían el hain. Las que consiguieron escapar se convirtieron en animales; Kreen se transformó en la Luna, y Krreh en el sol. Tras la masacre los hombres se apoderaron del hain, que actuó como un teatro ritual que legitimaba el patriarcado, y pasaron a dirigir la iniciación de los jóvenes.    

En el primer hain organizado por los hombres se erigió la choza ceremonial con siete pilares, y participaron los mismos espíritus creados antes por las mujeres. La duración del hain se extendía de una semana hasta meses o años. Podía interrumpirse por el clima, por el desanimo o la falta de alimento.   

La ceremonia comenzaba con la preparación de los jóvenes, los cuales eran desvestidos, bañados y cubiertos con arcilla roja. Cada uno se sentaba en uno de los siete pilares de la choza; debían mirar hacia arriba y luego, al bajar la vista, se encontraban con los espíritus. Cada joven luchaba con uno de ellos. El espíritu triunfaba. Y luego los jóvenes desenmascaraban a su agresor, así descubrían que era un hombre de carne y hueso, y los desenmascarados estallaban en risas y aseguraban: “¡Así jugamos nosotros, los hombres!”  

En los días siguientes, los jóvenes eran instruidos en el uso de armas, tiro, caza, superaban pruebas y escuchaban la narración del origen del mundo y su pueblo; se le revela cómo en el pasado las mujeres habían traicionado a los hombres; se comprometían a mantener este secreto. 

Entre los espíritus más importantes estaba Xalpen, el poder femenino que en su momento estableció el matriarcado; era el único espíritu representado como un ídolo, vivía bajo tierra pero una vez presente en la ceremonia era una amenaza, por lo que los hombres recibían complacidos a Halaháches, espíritu masculino del cielo, que aplastaba la supremacía de Xalpen y la obligaba a regresar al mundo subterráneo.   

Tanu, la hermana de Xalpen, era testigo de todo lo que ocurría en el hain, y tenía una pintura que simbolizaba los cuatros cielos. El shoort, el esposo de Xalpen, el más temido por las mujeres, se multiplicaba en 7 shorts, muchos de ellos entraban directamente en el campamento y procedían de las distintas direcciones del espacio, cada uno con su propia pintura corporal. Y Keternen, hijo de Xalpen y de un kokleten, era el espíritu más luminoso que simbolizaba el final del hain y el inicio de un nuevo ciclo vital. Estaba cubierto por plumas pegadas a la pintura roja de su cuerpo, en hileras paralelas desde sus pies hasta un bonete que cubría su cabeza, lo que le daba una apariencia resplandeciente, sobrenatural.  

Pero el ritual se sostenía siempre en un conocimiento anterior, ancestral y hondo, el de la cosmovisión selknam que expresa su poética de la naturaleza, su espiritualidad dimanada de lo que llamaban Los cielos del infinito asociados a los cuatro puntos cardinales y a una divinidad lejana, misteriosa, impensable.     

Martin Gusinde recogió que:   

«… aquí por encima de nuestra tierra, se extiende el cielo, detrás de él vive Temáukel …»; «…antes todos los antepasados, Kenos; antes de Kenos sólo Temáukel …» 

Primero es Temáukel, que es anterior a todo, incorpóreo, omnipresente, remoto, insondable, vive en el cielo del este, en la Cordillera resbalosa, creó la tierra y el cielo primitivo, pero no los habitó, y para darles vida envío a Kenos, porque la tierra estaba plana y el cielo sin nubes ni estrellas. Kenos animó al mundo visible y le enseñó a los hombres los preceptos morales e incluso el conocimiento y amor por la naturaleza.   

Y Kenos creó a los  Howenh, antepasados del pueblo selknam, los habitantes de la era mítica. Kenos corresponde a la figura arquetípica del “héroe civilizador”, y Temáukel a lo que Mircea Eliade llama, en su Tratado de Historia de las religiones, un deus otiosus, ocioso, escondido, que se mantiene en la lejanía. En este aspecto como en otros, por ejemplo, sus prácticas chamánicas, el pueblo ona resuena dentro de estructuras míticas rituales y simbólicas universales (5).  

Y en los tiempos de la era de los antepasados míticos, el espíritu Cénuke por un lado atemorizaba a la gente, pero por otro lavaba a los ancianos y extendía su vida. Pero entonces actuó Kwányip y usó todo su poder de chamán para que nadie superará la vejez, para que no se renovaran ni resucitaran. Así impuso la muerte. Entonces muchos de los hombres y mujeres howenh adquirieron una nueva forma, se transformaron en cerros y acantilados, valles, lagos, lagunas, animales y en todo lo que existe en el territorio de la Isla de Tierra del Fuego. Así todas las plantas y animales en su mundo era reencarnaciones de los antepasados míticos asociados a uno de los “cielos” de los que procedían.   

Detrás del aparente primitivismo selknam, latía una profunda cosmovisión en la que los humanos míticos se fundían con la naturaleza. Un tipo de cosmovisión abierta al agua, el viento, los pliegues de la tierra. Las cordilleras del infinito. La búsqueda con temor y respeto del alimento Una experiencia de vida que puede devolvernos, algo, de nuestro lazo olvidado o erosionado, con el amplio mundo físico, en tiempos de inmersión digital.

Y Lola Kiepja cantaba:  
Estoy aquí cantando, el viento me lleva,  
Estoy siguiendo las pisadas de aquellos que se fueron.  
Se me ha permitido venir a la montaña de poder.  
He llegado a la gran cordillera del cielo,  
Camino hacia la casa del cielo.  
El poder de aquellos que se fueron vuelve a mí.  
Yo entro en la casa de la gran cordillera del cielo.   
Los del infinito me han hablado.  

Canto y viento, recuerdo de las pisadas de los que se fueron, que de otra manera serían solo susurro, lágrima. El viaje hacia una cordillera que no es la de las retorcidas piedras, sino la de las altas montañas del cielo, en las que hay una casa, la casa del cielo, en la que todos los que vivieron de alguna forma siguen unidos en un canto y un círculo, en la tormenta, en la roca y el aire. Sabiduría de milenios, voces, un Dios, los espíritus y los antepasados, las tierras y los cielos de un pueblo, en su final, golpeado por el ocaso.  

Y durante el ocaso, un ona subió por una colina. El mar estaba en el sur, el bosque en el norte. Lanzó una flecha hacia las olas. Vio el cielo, sintió el viento. Y supo que ni Kenos ni Temáukel podrían proteger ya a su pueblo de los alambres y los rifles.


Citas  

(1) Pedro Sarmiento de Gamboa fue nombrado por el rey Felipe II como gobernador y capitán general de las Tierras del Estrecho de Magallanes en 1530. Interesante es mencionar que no fue el prototipo de conquistador iletrado. Lejos de ello, fue cosmógrafo, matemático, escritor, historiador, científico, humanista, además de marino y explorador.  

(2) Darwin afirmaba que los onas y demás pueblos fueguinos era salvajes y bestiales. Error de interpretación condicionado por los prejuicios de su época que luego, desde una mirada occidental, desmentirían el misionero y estanciero Thomas Bridges, el primer hombre blanco en vivir en Tierra del Fuego, que aprendió la lengua de los yámanas y escribió un diccionario con aproximadamente 30.000 palabras, y el misionero y documentalista salesiano el padre Alberto María de Agostini. 

(3) Lola Kiepja grabó sus cantos a través de un grabador magnetofónico que derivaron en dos discos editados por el Museo de Hombre de París. En la página Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional de Chile, en la sección “audiovisual”, una recopilación extraordinaria de cantos onas de Lola Kiepja y los cantos de su pueblo en: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3687.html#audiovisual  

En la sección “documentos”, hay varios libros como Fin de un mundo. Los selk’nam de Tierra del fuego, de Anne Chapman, para descargar en:  http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-10111.html ;  y de Carlos Gallardo, Los onas, para descargar en: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-propertyvalue-142706.html  

Sobre el hain es muy valioso y completo también de Anne Chapman, Hain, ceremonia de iniciación selknam, ed. Zagier & Urruty Pubns; y sobre la temática del genocidio ona, el libro del historiador español José Luis Alonso Marchante, Menéndez. Rey de la Patagonia, prólogo Osvaldo Bayer, ed. Losada. Destacable también la novela El guanaco blanco, del escritor chileno Francisco Coloane, ed. Txalaparta, y el libro de Ricardo Rojas Archipiélago, ed. Losada, en el que, durante su destierro en la isla, le dedica mucha atención a la cultura ona.  

Anne Chapman realizó también en 1967 un documental Onas:    

https://www.youtube.com/watch?v=IM_cLRzeCls  

Aquí menciona y entrevista a Angela Loij, la última mujer de padre y madre selknams; gracias a ella la antropóloga francesa pudo continuar la investigación sobre la cultura ona. Angela murió en 1974.  

(4) Puede descargarse versión digital de este libro en: http://www.beingindigenous.org/archivosdigitales/libros/selknam_1_bibliotecavirtual.pdf  

(http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-10111.html)   

(5) Sobre la difusión universal del chamanismo es fundamental Mircea Eliade, El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis 1951, F.C.E  

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