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Los Proverbios, Goya
Photo by: Bibliothèques de Nancy ©, Los Proverbios, Goya, Madrid 1864

Goya y la guerra

En Zaragoza, en los sucesivos grabados dispuestos en las tarimas oscuras del museo, veo las imágenes creadas por Goya en plena juventud, dotado de una habilidad prodigiosa y una sensible y justa mirada abierta al humor. En algunas imágenes unos soldados napoleónicos arremeten con violencia y se encargan de dañar a los pobres campesinos españoles.

El horror es el cuerpo herido y las manos abiertas y las caras desposeídas o el viento que surca la tierra seca o el palo que se mete en el culo de un desvaído hombre muerto.

Como Shakespeare, como el sutil John Banville, como John Kennedy Toole, Goya siembra en cápsulas mínimas y con trazos elementales y poderosos el lado oscuro y siniestro de la condición humana. Pero no lo hace desde el sentido de la superioridad, como si él estuviera exento de tales pasiones. No. Goya no es un moralista. En todo caso, su ojo certero y doliente se posa en el recuerdo de la crueldad y se ríe, se ríe a carcajadas, de la inevitable carrera hacia el sufrimiento que repetimos los seres humanos. Uno se pregunta cómo es posible que ante el espectáculo de la muerte no podamos apartarnos de la guerra y de la sangre derramada y de la atroz conquista de lo inútil. ¿Por qué y para qué Goya pinta la muerte y el dolor y la saña? ¿Acaso cree que se puede salir de la senda del horror? No lo cree. Goya es un escéptico nítido y consecuente. Sabe que solo podemos burlarnos de nosotros mismos. Las imágenes nos brindan un grisáceo espejo rápido de nuestra maravillosa crueldad.

Podemos reírnos con Goya y disfrutar de la repetición absurda de nuestro destino y también podemos escribir bocetos de oraciones vanas que destaquen nuestra bondad e irnos a dormir con la conciencia tranquila para despertarnos y seguir contribuyendo a la destrucción del mundo.


Photo by: Bibliothèques de Nancy ©

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