Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Fraternitas y democracia

En nuestro ensayo anterior hablamos de cómo pasar del alter al frater, del Otro al fraterno como alternativa binómica a la antinomia yo/Otro. Y cómo entender que el frater adversus, el adversario fraterno, no es un enemigo. Estos planteamientos son intrínsecos, o al menos debían serlo, al ejercicio de la política. Y yo diría más: intrínsecos a todo juego de roles en la polis. Vargas Llosa, en Sables y utopías, habla de Sebastián Salazar Bondy como alguien que a ratos era un adversario fraterno en aquella bohemia literaria de la Lima de 1940 a 1960.

Este delicado equilibro del frater adversus es el que ha permitido los más osados pactos políticos. Partidos que se enfrentan en el terreno de las ideas se sientan a una mesa para firmar un pacto de gobernabilidad. Cada uno sigue siendo lo que es, pero no enemigos. Esta concepción del adversario fraterno es la que hace factible la paz social, que el conflicto de ideas no permee hacia la sociedad deviniendo en conflicto social. Cuando este principio se rompe, la democracia se hace vulnerable.

Haríamos bien educando el hábito de identificar a quienes ven en todo alter a un inimicus. Y por antonomasia no deberíamos permitir que profesionales de la enemistad asumieran cargos políticos. Los militares, por ejemplo, se forman en esta percepción de un mundo dividido entre aliados y enemigos. Alguien así comprendería con suma dificultad la noción de adversario fraterno, tanto como quienes cultivan el pensamiento dualista de las ideologías.

Estas, a menudo vinculadas con todo tipo de fanatismos, parcelan la realidad en bandos enfrentados. El Otro es reducido, en las ideologías, a una mezquina posibilidad: ser nuestro contrincante. El pensamiento único que propenden las ideologías no deja espacio para la diversidad. Para el fanático todo lo que no es unicidad es una amenaza y debe ser reducido, neutralizado o exterminado. La dialéctica del intransigente es el no-argumento.

Argumentar es un modo de fraternizar las posturas que se adversan. En esto se fundamenta la democracia. No en vano la retórica nació en Siracusa como el nuevo modus communicandi que los siracusanos se dieron para diferenciarse de los modos discursivos de la tiranía. Los argumentos hacen posible el frater adversus porque minimizan la confrontación, la trasladan al logos, a la razón. Cualquier diferencia que es razonada abre la posibilidad de fraternizar en la adversidad.

Los fanáticos desprecian el logos y exacerban mórbidamente el pathos, la emoción. Toda diferencia debe ser amplificada en el discurso reducido a una eruptiva de odio. El más mínimo rastro de razón atentaría contra la histeria del resentimiento. Por ello los fanáticos son enemigos acérrimos del pensamiento crítico. El criticismo suele dejar espacio holgado a la fraternidad. Una política sana, por consiguiente, tendría grandes dosis de criticismo y fraternidad. El déficit de ello es siempre un mal síntoma.

La fraternitas democrática supone que quienes hacen de peso y contrapeso en el juego político no solo aborden a cabalidad la construcción, cada uno, de un pensamiento crítico, sino que sean capaces de poner estos a dialogar. El diálogo de los criticismos implica siempre nuevas posibilidades de paz social. Por el contrario, los monólogos ideológicos a menudo son negros augurios de futuras confrontaciones, incluso armadas. Si el diálogo es el modo intrínseco de la adversidad fraterna que debe regir toda democracia sana, el monólogo lo es de la enemistad sembrada por los totalitarismos.

Un análisis de los modus communicandi de aquellas sociedades conflictuadas revela dos aspectos esenciales: 1) que todo déficit de fraternitas comienza cuando uno de los dos interlocutores básicos deja el diálogo crítico por el monólogo ideológico, y 2) que el diálogo no es restituible en tanto pathos y logos no sean reequilibrados.

Lo primero supone generalmente la percepción, en el interlocutor monológico, de que ha sido excluido de algunas categorías políticas, ante lo cual decide abandonar el juego dialógico de la democracia. Por tanto, las primeras construcciones discursivas del interlocutor monológico suelen ser la narrativa del despojo del cual cree haber sido víctima.

Lo segundo representa un gran problema. No es fácil reequilibrar el logos/pathos cuando la sociedad da signos de profunda escisión. La polarización que habita al interior de dichas sociedades es más bien un cisma ideológico. Quienes adversan al interlocutor monologal a menudo no se percatan de su déficit dialogal. Y tampoco reconocen que su discurso es ideológico. En las sociedades polarizadas cada quien se alinea con uno de ambos bandos ideológicos para construir su respectivo monólogo.

Por ello es fundamental vigilar celosamente la democracia. Estar atentos a las voces pugnaces que reivindican viejas hostilidades, que plañen por despojos sospechosos de manipulación pueril de la historia. Por norma, todo aquel que denueste de los pactos de gobernabilidad debería ser puesto bajo la lupa. La historia ya debería habernos enseñado que esos pequeños enemigos de la fraternidad terminan haciendo del mundo su colosal campo de batalla.

Hey you,
¿nos brindas un café?