Desde el virreinato, el gran grueso de lo que a la ciudad llegaba y en ella se instalaba, sean mercaderías, colonizadores, nuevas especies, nuevas costumbres o malos hábitos, lo hacía por el puerto. Cada ciudad portuaria recoge una variedad social, comercial, gastronómica y hasta lingüística, tan heterogénea como arraigada, pues no de gratis los primeros colonos pasaron varios años atravesando mares y océanos sólo para llegar a nuestras tierras, el Nuevo Mundo. No obstante, no es la especie humana la que atañe a los recientes acontecimientos a ser descritos en este recuento, sino la flora; un tipo de planta tan expansiva como exploradora y que en ciertas temporadas se sitúa cual colono en los puertos, diques y costas de la ciudad de Buenos Aires: los camalotes.
Esta planta acuática, también conocida como «flor de bora», Jacinte d’eau, tarope o tarulla, visita los muelles del barrio rioplatense de Puerto Madero con esporádica frecuencia, lo cual —como cada cosa que ocurre ahí— resulta en una novedad añadida al plano turístico. Lo que a simple vista parece una alfombra verde, bastante peculiar y exótica, flotando sobre las aguas y que asemeja a una cancha de fútbol, no es más que una especie invasora a la que al parecer le gustan los sitios finos. Puerto Madero es conocido como una de las localidades porteñas más costosas de la ciudad, y si no fuera por la carencia de razonamiento vegetal, poco espacio se dejaría para los vastos actos de la naturaleza con su arribo, precisamente a esa urbanización. Es destacable que la localidad está provista de una amplia gama de restaurantes, hoteles cinco estrellas, rascacielos y residencias con unas de las más privilegiadas vistas de la ciudad. En regulares ocasiones, la ribera del Río de la Plata, y en escasas oportunidades la costa atlántica, han sido sitiadas por esta planta considerada plaga y catalogada como una de las cien especies exóticas invasoras más dañinas del mundo, y en cada una de esas oportunidades las autoridades marítimas y ambientales simplemente han optado por dejar seguir el curso de la naturaleza mientras la especie flota sin destino planificado. Justo al momento en que dicha planta reduce su traslado marítimo es que se decide a removerla y alejarla de las dársenas y astilleros en donde reposan embarcaciones de diversa índole.
Lo curioso —y hasta preocupante, si se quiere dejar llevar por la paranoia— es lo que hay detrás, o mejor dicho, debajo de este manto vegetal de tallo corto y hojas rosetas. Observaciones y testimonios aseguran que debajo de los camalotes habitan y viajan con ellos un amplio número de serpientes acuáticas, reptiles y alimañas. La víbora venenosa yarará y una subespecie menor al caimán se encuentran entre la fauna que acompaña dicha invasión vegetal, por lo cual en algunas localidades se ha izado la bandera roja y declarado la clausura temporal de sus aledañas zonas balnearias. Sin embargo, el barrio de Puerto Madero no está ni cerca de ser un balneario, de hecho, el puerto y los diques están dispuestos a cierta distancia de cualquier transeúnte, pero sin esconder en absoluto al ojo público todo lo que en los alrededores se ha ido anidando para bien o para mal, literalmente.
Es necesario destacar que aunque Puerto Madero es una zona ostentosa y atrayente, llama mucho la atención que sea, al igual que los camalotes, un asentamiento extrañamente embellecido por su ligero pero sólido flotar sobre las aguas del río. Es este lugar donde se encuentra «anclado» el único casino de la ciudad, tras la prohibición de los mismos en suelo argentino; el Puente de la Mujer, una de las más transitadas y turísticas áreas de la capital y, curiosamente, el sitio en donde uno de los crímenes (aún sin resolver) más citados en el país fue llevado a cabo: la muerte del fiscal Nisman.
Puerto y especie conviven a sabiendas de los peligros que se ocultan bajo sus «pieles», no sólo para la biodiversidad, sino también para el comercio y disfrute marítimo. Ya ha sido evidenciado que ciertas especies del género humano poseen de igual manera dichos rasgos y coincidentemente se alojan en complejos como los de Puerto Madero, catalogados en el Cono Sur como chetos, y más hacia el norte del hemisferio como sifrinos, fresas, y hasta snob, tras esconderse bajo una aparente belleza exótica y a la vez amenazante.