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El fin de la risa

Pasé demasiado tiempo meditando si tal vez debía dedicar unas líneas a una pieza de propaganda política que circuló en las redes sociales, hace no más de dos semanas. Apenas dos semanas son una eternidad en el tiempo abolido de las redes sociales. Ya el input fue absorbido por el vertiginoso metabolismo digital y si acaso gravita en el éter cibernético como residuo de un meteorito malhadado.

Si fijé mi atención en el clip al que aludo –entre tantos que pululan Internet– fue porque me hizo una mala jugada o porque me devolvió sorpresivamente a mi etapa de anonadamiento y perplejidad. No resistí la tentación a morder el baitclick y allí empezó a rodar el video sin tiempo para viralizar (las vistas en Youtube no llegan a 500): en apariencia se trata de una pieza de propaganda oficial para comunicar las noblezas del llamado “carnet de la patria”, el más reciente dispositivo de control social instrumentado por la afanosa nomenklatura en el poder en Venezuela. Durante los segundos iniciales, me lo tomé en serio: “¡A esto han llegado!”. Y no podía sino caer desprevenido en la trampa del sarcasmo porque el aparato comunicacional del gobierno bolivariano cultiva sistemáticamente el gaffe.

“Ningún ser humano sensato puede unirse a la celebración del primer año de un mecanismo de emergencia. Es como que alguien festejara que ya tiene 365 días en la sala de emergencia de un hospital”, reconvenía en su columna semanal el escritor Leonardo Padrón, tras presenciar por el canal oficial la emisión de un programa insólito llamado “La hora de los Clap”. Los Clap (acrónimo de Comités Locales de Abastecimiento Popular) son entes encargados de distribuir con toda la discrecionalidad posible, unas contadas bolsas con algunos productos de la no en balde llamada cesta básica de alimentos.

Y es el caso que el programa fue creado ni más ni menos que para hacer espectáculo de tan menesterosa medida de asistencia en medio del estado de hambruna que padece la población en Venezuela. En la ocasión comentada por Padrón se festejaba el primer cumpleaños de la puesta en práctica del mecanismo de emergencia (con torta incluida). Un sarcasmo de por sí. Pero, el funcionariado más alto, lo ve como algo muy natural, festejar la desgracia.

El “carnet de la patria” tributa de los Clap, y amplía la relación de sujeción de la población al poder central. Y el clip que motiva al menos el inicio de estas líneas deja oír una voz en off que anima: “¿Cansado de hacer colas en todas partes?… ¡Tranquilo, ya llegó carnet de la patria!…Cuando vaya a comprar algo y no consiga, solo sáquelo…” y así.

Durante los primeros segundos no lo podía creer, porque me lo tomaba en serio, insisto. Fue mi primera impresión la de que se trataba en rigor de una propaganda oficial. Tras el minuto exacto de duración caí en cuenta de la broma. No fue casual que accedí al video al dar click al RT desde la cuenta Twitter de un distinguido parlamentario de oposición. Pero, es que sufro de esa torpeza que llaman finamente “L’esprit de la escalier”.

Y me quedó la angustia de que los venezolanos en su desesperación podrían interpretar literal la sátira y creérsela, porque del mismo espíritu de burla está tramada “La hora de los Clap”.

No se trata esto de un denuesto a la intención de quienes ingeniaron la pieza de presumible humor; tan fatigados estarán como el resto de los venezolanos del descaro y la falta de sentido del ridículo del poderoso. Y es que el gaffe, la metida de pata más aparatosa, el ridículo amplificado, la total ausencia de pudor, es también una forma de dominación. No hay lugar ya a la auténtica risa.

La adiposa desnudez del rey que se adivina bajo sus trajes ampulosos no mueve ya a la mofa; es temida. No se molesta él en ocultar el revés; la catástrofe que propicia, y no tanto por omisión, deviene en una narrativa novedosa e insurgente en el mundo global de los desafíos del milenio enunciados por la ONU; un imaginario totémico donde todo apunta a todo costo y unívocamente a la cumbre brumosa de la Revolución. Se trata de singularizar al país en la era del branding. Venezuela, qué duda cabe, es tan singular como su extravío; esa su marca.

Hace tiempo que el poder y sus ejecutorias son su propia sátira. La inversión carnavalesca ya no denuncia nada porque el Carnaval es el estatus quo. No aplica la compleja noción de la banalidad del mal; es la chapuza como forma de inapelable poder.

A la perplejidad unánime, concurre además un fenómeno de esta época de la historia en tiempo real: el acontecimiento no adquiere sentido porque se esfuma sin consecuencia, desplazado por un sinfín de acontecimientos simultáneos. Nada pasa, cuando todo pasa a un tiempo. Y aquí recuerdo al Jean Baudrillard de mis mocedades, particularmente aquel ensayo “La ilusión del fin” que he revisitado y recomiendo, en el que “el paroxista indiferente” a su vez invoca a Elías Canetti: “la historia ha dejado de ser real”.

No transcurre el lapso de asimilación de la realidad para reelaborarla ni en la ficción trágica ni en la cómica. Ya de por sí es pura simulación, ¿realidad virtual? La realidad dejó de ser real, como para ser tomada en serio y tampoco en broma.

La risa suscita cuando el acontecimiento parodiado se hace inteligible. La sátira unidimensional no admite ni reacción ni consecuencia. Es el fin de la risa.

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