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arturo serna
Photo Credits: Bjarte Aarmo Lund ©

Felicidad, mínima llama

La felicidad es un tránsito, un instante de plenitud veloz que se renueva y se apaga como el fuego o como los latidos del corazón. Algunos sostienen que hay distintos tipos de felicidad. Eso no parece imposible. Podríamos sostener que no es lo mismo la felicidad por lo que se termina que la que se siente cuando se ha logrado algo. También existen la felicidad ligada al placer físico y el éxtasis sucedáneo al hallazgo intelectual. ¿Es la felicidad un accidente del cuerpo? Aunque insistiéramos que todos perciben su estado de felicidad como un sentimiento abstracto e inasible, estaríamos de acuerdo, me parece, en considerar a la felicidad como un acontecimiento de cada uno, un hecho insular, y que sólo puede sentirse a través de un cuerpo. Si exceptuamos la posibilidad de que los ángeles sean felices, los únicos que alcanzamos la felicidad somos los humanos. Es decir, ni los animales ni las plantas son felices. Esto se debe, quizás, a que la felicidad surge en la ecuación temporal, en el arco que liga al pasado con el futuro: el instante feliz aparece o se despliega cuando un destello que se anunciaba en un pasado cercano o remoto se materializa (nunca mejor usado este verbo en un sentido filosófico) en un futuro inmediato o lejano respecto del punto en el que se inicia la expectativa. Dicho de esta manera pareciera que la felicidad adviene cuando la chispa que estaba anunciada se cumple. Así resulta comprensible que el único ser que admite o celebra la felicidad es el hombre.

Ya sabemos que entre nosotros no es posible la eternidad. Somos una nube de olvido, de polvo, y la eternidad, la posibilidad de existir más allá de la muerte es una aspiración destinada al fracaso. Si esto es así de modo irrefutable, podríamos pensar que la felicidad es la única oportunidad que tenemos de rozar, siquiera, a la eternidad.

Quizás por eso la felicidad puede concebirse como una llama fugaz de inmortalidad.


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