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Evolución de la caridad

El apoyo a causas benéficas siempre ha sido un elemento importante de nuestra sociedad. Ayudar a niños con determinada enfermedad, recolectar ropa, comida y realizar mejoras de infraestructura en escuelas son los casos más típicos.

Lastimosamente, el impacto y el cambio que puede generar este tipo de apoyo no siempre es el mejor ni tampoco genera un efecto multiplicador o de gran efecto a beneficiarios indirectos.

Hace un par de años leí un artículo muy interesante llamado “Let’s kill aid” (“matemos a la caridad”) básicamente el argumento indicaba que si se hubiesen invertido los fondos gastados en regalar comida a comunidades de África en darles el dinero en efectivo, hoy en día África sería una región mucho más desarrollada.

Y lo que pasa muchas veces es lo siguiente: supongamos que tenemos una organización sin fines de lucro que quiere llevar comida a los niños de África. Logramos llenar un conteiner y lo mandamos para allá. Tenemos previsto que la cantidad de comida alcanzará para 2000 niños por 10 días. Hasta ahora suena muy bonito. Resulta que nuestro mayor donante decide dar sus fondos a otra organización y nosotros no podemos enviar un segundo conteiner con alimentos a África. ¿Qué pasará con esos niños? Pues no comerán. Esta situación es más común de lo que creemos no solo en África, sino también aquí mismito en nuestra Latinoamérica.

Para mi este tipo de acciones son “pan para hoy, hambre para mañana”.

Durante muchos años el término de “caridad” venía intrínsecamente relacionado con “regalar”. De allí a que muchos políticos llegaron a utilizar la caridad como centro de su campaña, regalando ladrillos para casas y pintura para las escuelas a diestra y siniestra. Resultado: la gente seguía siendo pobre, pero tenían ladrillos nuevos y los niños seguían recibiendo pésima educación en una escuela recién pintada. ¿Acaso estas medidas contribuyen a solucionar el problema de la vivienda y de la educación? Para mí, no lo soluciona.

En lo personal, yo sí creo que hay que regalar y apoyar en situaciones como desastres naturales, guerras o algún tipo de tragedia que desencadene una emergencia humanitaria, no solo siendo esta una responsabilidad del Estado y de las empresas privadas sino que es responsabilidad de cualquier ser humano. En estas situaciones, no solo hay que enseñar a la gente a pescar sino que también hay que regalarle un par de peces para que puedan empezar.

En los últimos años la forma de ayudar ha cambiado. Parte de las antiguas donaciones destinadas a causas benéficas, ahora están siendo destinadas a fomentar capacidades y habilidades en la población. Hemos visto como muchos de los aportes de dinero ya no van tanto enfocados a pintar el colegio por fuera para que tenga una bonita fachada, sino más bien a fortalecer la currícula educativa o enseñar las tan necesitadas soft skills (trabajo en equipo, liderazgo, empatía) por solo poner un ejemplo.

Algo que también hemos visto últimamente es que las grandes empresas están haciendo inversiones con la visión a generar un mayor impacto en el desarrollo. En relación a ello hemos visto empresas grandes que han invertido en empresas pequeñas o apoyando a micro empresarios que a su vez generan empleos, servicios o bienes que pudiesen ser de utilidad no solo a su comunidad sino también a la empresa grande.

El modelo de las microfinanzas y los microcréditos de Mohammed Yunus ha dado resultados incuestionables en distintas partes del mundo y cada vez son más las ONGs que se unen a esta dinámica de inversión con gran impacto y de fomentar habilidades que permitan a las comunidades emprender por sus propios medios y de esta manera, transformar su situación actual.

Los empresarios también se han unido a esta dinámica a través de instituciones como Agora, Accumen, The B Team y B Corporations, redes que cuentan entre sus contribuyentes a personas como Richard Branson, Ariana Hufftington y Blake Mycoskie (TOMS).

Parece que aunque estemos mal, vamos bien.

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