Escribió Bertrand Russell: «La ética y los códigos éticos le son necesarios al hombre a causa del conflicto entre la inteligencia y el impulso. Si solo hubiera inteligencia o solo impulso no habría lugar para la ética.»
Los filósofos han creído que la inteligencia basta para frenar las pasiones. Aunque nada frena de modo definitivo los impulsos, gracias a la inteligencia los hombres hemos inventado la ética. Los impulsos dominan la acción y los comportamientos. Las reglas sociales ayudan mínimamente a ordenar el impulso. Cuando no hay códigos, los impulsos avanzan y el frágil orden social se desmorona. Los impulsos no son ni buenos ni malos. No hay –ni puede haber– ética del impulso. No hay valor moral en el impulso. La moral es la regla social para frenar el impulso. Sin esa regla, el caos reinaría. En este sentido, los hombres no somos éticos por naturaleza. La ética es un invento social. Gracias a esa ficción es que nos soportamos. Sin ese invento, podríamos destruirnos rápidamente. La ética es una ficción útil, una invención. Los impulsos son reales.
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