En febrero del 2007, el Presidente Chávez afirmó que la reactivación de la reclamación venezolana sobre el territorio Esequibo en 1962, por parte del gobierno de Rómulo Betancourt, fue producto de la presión de los Estados Unidos, supuestamente interesados en desestabilizar el gobierno autónomo (pero todavía no independiente) del Primer Ministro de la entonces Guayana Británica, Cheddi Jagan, quien era un marxista–leninista confeso. En realidad, la reactivación de la reclamación fue un proceso absolutamente autónomo, dentro del gobierno venezolano, provocado por la inminencia de la independencia de Guyana. Además, es obvio que, siendo Guyana en 1962 todavía una colonia británica, para evitar que, en el futuro Estado independiente, surgiese un gobierno filocomunista no fue necesario “utilizar” la reclamación venezolana, sólo bastó que el gobierno británico postergara la independencia hasta que Forbes Burnham y sus aliados anticomunistas ganaran las elecciones en 1964.
Ahora bien , en 1961, en plena “Guerra Fría”, la Cuba castrista se pasó al bloque de la Unión Soviética y en abril de ese año se dio la fracasada invasión anticastrista de Bahía de Cochinos. En el gobierno de EEUU, se desarrolló la llamada “no second Cuba policy”, que se convirtió en el eje central de la política exterior norteamericana hacia la América Latina y el Caribe, durante la mayor parte de la década de los ’60. Por su parte, el gobierno de Betancourt se enfrentaba, en los primeros años de la década del ’60, a un movimiento insurreccional, que era inspirado y financiado por Cuba. La coincidencia de intereses entre Betancourt y el Presidente Kennedy es evidente. Betancourt necesitaba el apoyo norteamericano para enfrentar la insurrección izquierdista. Para Kennedy, la democracia representativa venezolana era el modelo alternativo a la Cuba castrista en América Latina. Un modelo para ser atractivo debe ser exitoso, por tanto gran parte de la política de Kennedy hacia la América Latina pasaba por el éxito del experimento democrático venezolano. En el marco de esta “special relationship”, entre Kennedy y Betancourt, reafirmada en lo personal durante la visita de Kennedy a Caracas, a fines de 1961, el gobierno de Betancourt buscó y logró el apoyo de la administración Kennedy para la reclamación venezolana. Para Venezuela no se trataba solamente de aprovechar una coyuntura histórica única, para recuperar el territorio perdido con el injusto Laudo Arbitral de 1899, sino de evitar el establecimiento de un régimen que, podría convertirse en una base de apoyo para un potencial foco guerrillero en el oriente del país. Este apoyo se terminó, después de la muerte de Kennedy, con la llegada al poder de Burnham. A partir de ese año todos los gobiernos norteamericanos mantuvieron una absoluta neutralidad en el tema de la reclamación venezolana de la Guayana Esequiba, aun cuando en repetidas ocasiones, transnacionales norteamericanas estuvieron interesadas en obtener concesiones en el territorio Esequibo y sus áreas marinas y submarinas. Esa neutralidad parece haber llegado a su fin cuando muy recientemente el Encargado de Negocios de los EEUU en Georgetown declaró que su gobierno apoyaba el derecho de Guyana para explorar “su” plataforma continental. Este es el resultado de más de una década de hostilidad venezolana hacia los EEUU. Recordemos que en esos mismos días el gobierno venezolano había manifestado su objeción a que Guyana otorgara una concesión a la Exxon-Mobil para exploración de hidrocarburos. Lo grave para Venezuela es que la concesión no sólo abarca la Zona en Reclamación, sujeta a negociación en el marco del Acuerdo de Ginebra de 1966, sino también la fachada atlántica del estado Delta Amacuro. La línea de delimitación, fijada unilateralmente por Guyana, nos cercenaría centenares de miles de km2 de áreas marinas y submarinas sumamente ricas en petróleo, gas y pesca. Para colmo, también nos quitaría nuestra propia salida libre al Atlántico.