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¿Está cayendo realmente el régimen de Maduro?

Cabe esta pregunta ahora que, se augura la caída de un hombre que ya muchos ni siquiera le llaman presidente, si en efecto hay evidencias que corroboren lo que parece inevitable, o si aún subyacen en esa promesa trazas de deseos. La lasitud de Maduro es innegable, pero, yo, que he visto algunas peleas de boxeo, me atrevo a afirmar que el tiempo le favorece, como, sin dudas, favoreció al gobierno comunista de Hanoi durante la Guerra de Vietnam.

Aníbal Romero, en un artículo publicado en «Al Navío», refiere a la estrecha relación entre los gobiernos de Caracas y La Habana. Cuba recibe petróleo y la élite regente asistencia técnica para entronizarse e imponer un modelo totalitario de corte comunista. Pacto que pese al secreto, fue denunciado por el presidente Trump en una alocución ofrecida recientemente en Miami. Se sabe del origen procastrista de quienes hoy rigen en Venezuela y la dimensión regional de la crisis venezolana. No, no es el chavismo-madurismo un enemigo fácil de destronar. Bien lo escribió para «El País» el exguerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos, el gobierno cubano intenta mantenerlo en el poder.

El presidente (E) Juan Guaidó lleva poco más de un mes desde que asumiera las competencias del Ejecutivo el 23 de enero pasado. Sin embargo, Nicolás Maduro aún ejerce el poder de facto, porque, políticamente, poder es poder. El tiempo no favorece a la causa opositora. Por el contrario, la élite juega al desgaste, al cansancio de una sociedad apaleada hasta el hartazgo. Sobre todo porque ya antes ha visto frustrada sus aspiraciones de libertad.

Hemos visto en los medios como desde Washington y el gobierno de Guaidó se ha ofrecido amnistiar a los militares que le resten apoyo al gobierno, como una medida para socavar una de las patas del régimen de Maduro: los militares. Sin embargo, salvo unas pocas voces tímidas, no se produce la fractura y el consecuente cambio. Difícil saber lo que ocurre en los cuarteles, por el secretismo propio del mundo militar y no dudo yo, agigantado por el profundo miedo a represalias de todo tipo.

No obstante, el discurso estadounidense, primero en la voz de Marco Rubio y otros asesores y funcionarios del gobierno norteamericano, y más recientemente en la del propio presidente Trump, no ofrece dudas sobre la determinación de Washington a desterrar todo vestigio socialista del hemisferio. China y Rusia por su parte, no parecen ganadas a llevar su apoyo más allá del ámbito diplomático. Es obvio que su ámbito geopolítico dista mucho de este lado del mundo.

Esa determinación conduce a la coyuntura actual: la ayuda internacional para poner coto a un modelo esencialmente injusto, conceptualmente cruel.

Aníbal Romero refiere en el artículo citado al caso de la caída del comunismo en los países tras la Cortina de Hierro y a la firme voluntad de Ronald Reagan y Su Santidad Juan Pablo II para que eso ocurriera. Hoy por hoy, no es solo Estados Unidos, sino más de medio de centenar de gobiernos los que reconocen a Juan Guaidó como el presidente (interino) de Venezuela. Ante un escenario como este, el pugilato se desequilibra y en términos realistas pareciera que en efecto, Nicolás Maduro no podrá sostenerse mucho más.

Cabe preguntarse ahora el costo de la caída. En la vocería oficial no hay atisbos de sensatez. Como Gadafi hace unos años, cree la élite que puede sortear el tornado, con lo cual su salida del poder puede resultar cruenta. El daño que la tozudez del chavismo-madurismo puede causar a Venezuela es inmenso. Sobre todo porque a mi juicio, siendo ellos fieles creyentes de las cartillas revolucionarias, preferirán dejar un rastro de destrucción para en caso de caer, arremeter cuando los daños golpeen al ciudadano y por ende, al gobierno transitorio.

Luego de ver lo ocurrido el sábado 24 de febrero pasado, es obvio que la élite no tiene previsto acogerse a amnistías. Su afán por preservar el poder, tal vez el único reducto de quienes cargan culpas terribles e imperdonables, les ha llevado a atrincherarse en la narrativa de las izquierdas y, ante la inevitable pérdida del poder, justificar su derrota en esa excusa que ya luce intragable y que desde la caída de Allende (y su muerte) ha usado la izquierda para victimizarse cuando realmente son – y han sido – victimarios.

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