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Españazuela y el bebé de Rosemary

Se está cumpliendo medio siglo de 1968, un año excepcional por la violencia política en EEUU con el asesinato de Martin Luther King Jr. y el senador Bobby Kennedy, quien lucía encaminado a ganar la presidencia. Con ello el país se hubiese ahorrado el mandato de Nixon y el bochorno de Watergate que lo llevó a renunciar.

Mientras, las calles de París retaban a Charles De Gaulle, quien a la larga saldría fortalecido. En el siguiente verano, el hombre llegaría a la Luna. Como siempre, las noticias negativas y las positivas se intercalaban en este vaivén que protagoniza la humanidad.

También en 1968 se llevó al cine la novela «El bebé de Rosemary», del neoyorquino Ira Levin. La dirigió Roman Polanski, justo antes de que su vida cayera en una espiral de tragedia personal y una acusación por abuso sexual que aún hoy lo mantiene prófugo de EEUU.

En la trama, Rosemary Woodhouse es una joven cándida que se muda con su marido actor a un nuevo apartamento, con la ilusión de ser padres. Cuando la carrera de él comienza a repuntar gracias a un irónico golpe de suerte (su colega queda ciego), Rosemary se descubre embarazada, pero la gravidez trastorna su salud. Tras horrendas circunstancias, descubre que la usaron en un pacto con el diablo: ha sido fecundada por Satanás, a cambio del éxito de su esposo. Llena de dudas, sus instintos salomónicos le piden resignarse a ser madre a costa de su alma.

A 50 años de la película, la trama es una perfecta metáfora de la política de muchos países, con sociedades usadas en pactos locales e internacionales -engendrados por sátrapas ambiciososa nombre de la «democracia»- que desembocan en un túnel de resignación, hastío y desencanto.

De Venezuela a España, de Nicaragua a Rusia, de EEUU a Brasil. Con México en lista de espera, mientras en Colombia se ven fenómenos como Ingrid Betancourt apoyando a un candidato de izquierda luego de estar secuestrada ¡seis años! por la narcoguerrilla marxista leninista…¿Qué parte de la ecuación no entendió esa señora? ¿Cuántos tienen que pagar por su insensatez?

En particular el planeta asiste resignado a un concierto de horror desde hace casi 20 años en Venezuela, donde el régimen ha encontrado la fórmula perfecta para atornillarse en el poder: el hambre, la hiperinflación y la violenciacomo medios para aniquilar y forzar el exilio hasta quedarse con una población reducida, alienada, desnutrida, paralizada y «manejable». Ya sucedió en Cuba, la Unión Soviética, China, Corea del Norte y Camboya.

En otros países «el bebé de Rosemary» se engendra diferente, pero casi siempre crece como una bendición que termina en pesadilla causada por quienes se supone velan por el interés colectivo. Compramos una entrada para una película Disney, pero al llegar a la sala deciden proyectar una de Hitchcock, sin preguntar.

Muchos optan por desligarse, se abstienen y simplemente ya no creen en nadie. Sufren decepcionados y faltos de referencias sobre justicia o sentido común.

En EEUU hay una súbita escalada de suicidios y violencia verbal en las llamadas «redes sociales», con periodistas, políticos y artistas insultándose entre sí y arriesgando sus carreras por comentarios egocéntricos que antes no hubiesen existido o habrían pasado por debajo de la mesa.

¿A qué se debe esta extrema sensibilidad y cacería de brujas? Como si no hubiese problemas más importantes, los civiles se comen vivos por tonterías, mientras el presidente insulta a media humanidad, anuncia que si lo juzgan se auto indultará y hasta cree que se «merece» el Nobel de la Paz por su cita con el déspota norcoreano.

Aún con tantos avances, hoy el mundo luce más frágil e inmaduro. Y el bebé de Rosemary está cada vez más llorón y malcriado.

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