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Fabián Soberón

Escribir lo imposible

Sobre «Ciudades escritas» (Ed. Eduvim, 2015, Córdoba), de Fabián Soberón

Leí en algún lugar que Fabián pasea su cabeza indiscreta de periodista por las ciudades dentro y fuera de USA, para luego dejar al talento, a la sensibilidad del escritor que las cuente, las describa, las “cace”. Yo no veo así el libro. Si el periodista ve, el periodista escribe, y lo mismo con el escritor porque ver es escribir. Y en este caso la amalgama con el viaje funciona igual, viajar es escribir. Quizás lo digo yo, que no soy ninguna prueba fehaciente de nada, que soy ciega al periodismo, y en cambio tengo cabeza bifronte de escritora. Para mí, Cuidades escritas, resultó un juego perfecto para el lector, por un lado como ya el mismo libro lo dice; discontinuidad, alteración, anomalía, grutas, bifurcaciones, huidas, tiempo alterado, la cita, la cita de la cita, la cita de la cita de la cita, la intertextualidad en la intertextualidad, los libros que inspiraron aquel cuadro de Hopper o la frase de Schopenhauer en un tipo en la calle que no verás más. Pero por el otro están la ruta, el camino trazado del viajero con GPS en el iPad, el viajero modelo que mira los carteles para no perderse, la sinopsis de la peli ya sabida del tipo + la mujer + el hijo en busca del libro, los libros, perdidos.

En ese cruce entre el proceso de escritura que va encontrando los significados de las palabras extranjeras, de las voces que nombran esas palabras afectadas por la extranjeridad y el ejercicio riguroso de la crónica con sus moteles, sus Stop para ir al baño y comer comida chatarra (algo anacrónica la expresión, pero es que yo también vivo afuera y tengo atrasados los modismos, desconfigurados del diccionario 2016), la Road movie del escritor con su mujer y su hijo que se quedan dormidos luego de un largo día turístico y entonces empieza su reino, leer solo por las noches, la escritura carveriana, “Mi esposa se lavó los dientes, prolija, y se tiró, cansada. Se durmió al instante”, en ese improbable cruce, digo, está el libro. La prosa de Ciudades escritas circula en ese contraste semántico, entre lo disruptivo y el cliché, podemos leer sin problema: “ferviente mejilla” porque después está que un tipo tiene; “aspecto de no haber podido ir a la universidad”, podemos leer sin chistar: “la tristeza me embarga y no puedo soportarlo” porque después se vienen los paisajes descriptos, esculpidos, la avalancha bucólica como: “era un árbol de agua oscura” o; “Vi la piel descascarada y la imagen de un Diógenes impersonal me perforó la cabeza”. Es como si viéramos al mismo tiempo, en la misma sala oscura, sin anteojos 3D ni ningún truco, una de Scorsese y una de Bertolucci. Después de hora y El asedio, al precio de una.

El relato del Zoo está escrito desde los agujeros de esa tarde en el Zoo. Hay elipsis, elipsis de lo eludido, incluso, hay fueras de campo sonoro y visual, como si leyéramos las escenas no filmadas, los avances de un film pero nunca accediéramos a la película completa.

Ciudades escritas para mí es un libro film. Un libro aeropuerto. Un libro rutero, un libro guía, un libro islote, un libro paria, un libro homeless, un libro SDF, un libro sobre el falso álbum de fotos del viajante, un libro sobre la falsa memoria del viajante, sobre la falsa memoria tout court. Un libro abierto de cielo y bosque en la metrópoli.

Nietzsche dice esta frase que tengo escrita delante de mi computadora y que si creyera en el poder de los tatuajes me grabaría; «Hay espíritus que enturbian sus aguas para que parezcan profundas» Ciudades escritas, enturbia la realidad pero justo lo necesario, la distorsiona, la diseca, la altera, la vuelve hipnótica, en su justa medida.

Acuerdo con el autor, qué es escribir sino escribir lo imposible.

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