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Paola Maita
viceversa magazine

Escenas en zona de guerra

En sus 65 años, Eusebia pocas veces había visto tantos guardias nacionales cerca de su casa. Micaela, su nieta, le había dicho que la marcha de ese día saldría de San Blas. Ella era su única forma de enterarse de lo que sucedía porque en la televisión no salía nada de las marchas o protestas. A veces se preguntaba si serían mentiras de Micaela o de la tele, pero esa mañana lo comprobó con sus propios ojos.

Recorrió las calles que separaban su casa de la loma, ese montículo de tierra que bordeaba la autopista, sin la facilidad pero con la misma curiosidad de unos años atrás, cuando la subía para poder buscar a los otros niños con quienes jugaba al escondite. Ahí estaban, como si en vez de haber visto un teléfono celular, Micaela hubiese consultado a un oráculo: el piquete de la Guardia Nacional que esperaba a los manifestantes. El horror invadió su cuerpo, pensando en lo que podría pasar. ¿Qué estaban haciendo de malo esos muchachos?

* * *

Él baila. Salsa o lo que le pongan. Con pocas o muchas personas alrededor, con pareja o sin ella, con tarima o sin tarima. Mientras nosotros morimos, ellos bailan. Escucho sus botas chapucear en charcos de sangre por encima de la música. Si Nerón podía tocar la lira mientras Roma ardía, ¿Por qué ellos no pueden bailar?

* * *

Apá, ¿A cuántos matastes joy?

Yorber jamás pensó tener que responder semejante pregunta a Yaison antes que cumpliese los 10 años, y menos llegando a su casa, cansado, sabiendo que encontraría poco en la nevera… Nada le predisponía de buena manera para contestar preguntas, y menos si le llevaban a enfrentar la realidad: Había pasado 30 días donde su trabajo consistía en disparar a las marchas de la ciudad, obedeciendo órdenes de su superior. Algunos de sus compañeros disfrutaban tanto de los acontecimientos, que llevaban una competencia entre ellos de quién había herido a más guarimberos, pero él sólo se preguntaba ¿Cuándo volverían a la normalidad? A cuidar colas de supermercados, alcabalas en la autopista que le permitían redondear el sueldo, y otros “negocios” que ya se habían vuelto parte de su vida; pero esto de las marchas había sido muy de repente para él, y frustrante, porque la gran duda en su cabeza, y en la de todos (aunque él no lo supiera) era ¿Cuándo iba a terminar?

─A ninguno.

No sabía si eso era cierto, pero mejor dejarlo hasta ahí.


Photo Credits: Eder Peroza

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