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Escenas de una estafa agradable

C. Me dijo que se llamaba Angel. (No an-gel, sino en-yel.) ME lo conseguí subiendo de Chacao al Centro San Ignacio. Iba en camino el estacionamiento cuando, repentinamente, noté que un hombre con un libro de Tolkien un tanto deshecho en sus manos me vio y me preguntó si sabía hablar inglés. Lo vi como algo ilusorio, no sé, y decidí ignorarlo. It’s because I’m black, right?, exclamó entonces. Y ahí pensé: no, puedo ser cualquier cosa menos racista. Por lo que me le acerqué y le pregunté sus problemas. Me dijo que era de Brooklyn, que le habían robado una cámara y su cartera en el Estadio Olímpico de la University of Caracas, que debía irse a Puerto Cabello en unos cuantos días, pero que no tenía plata; que necesitaba 360 Bs, exactamente, para un pasaje de bus y que estaba consciente que, aunque en dólares era una suma irrisoria de dinero, it means much to you. Me pareció un tipo agradable, simpático. Su inglés era demasiado gringo para ser falso; su acento era inconfundible. Dudaba ayudarlo mientras hablé con él, pero me sacó la suficiente cantidad de sonrisas para darle algo de dinero. Me despidió con un God bless you, man, luego de decirme entre risas que en Estados Unidos black people don’t like to be called Negroes. Me fui pensando en lo surreal de todo: total, ¿qué podría hacer un gringo como aquel en Venezuela? Me comentó que era un profesor de Black History, pero todo me pareció muy sospechoso. Le escribí a unos cuantos amigos sobre lo ocurrido y terminé descubriendo que me habían estafado, que a ellos también les había pasado algo parecido. Uno se lo había conseguido en el Sambil, otro por Centro Plaza. Luego de investigar un rato, conseguí un post en un blog del 2006 sobre el mismo sujeto. No me lo podía creer: ¡Un tipo con inconfundible acento neoyorquino lleva al menos nueve años pidiendo plata por todo el municipio Chacao, y jamás ha aparecido en ningún noticiero! Al final lo único que pude hacer es reírme. Una experiencia como esta es más memorable que ir al cine, supongo. Mucho más barata también.

I. ¡Qué bolas, me había comido el cuento completico! Es más, hasta había escrito cuatro páginas sobre los detalles de su vida. Estaba en una cola en Aeroexpresos, en el Sambil, cuando se me acercó el tipo. Sonaba tan interesante todo lo que me decía. Que tenía tantos hijos, que estaba en el Caribe estudiando manifestaciones de racismo… Sí, en ese tema nos quedamos pegados largo rato: Me comentó que los negros son más racistas que los blancos, pues se subyugan a la opinión del hombre blanco en su forma de actuar. Que además, son racistas entre ellos mismos. Yo, estudiante de Sociología, veía mucho sentido en lo que decía; estaba fascinado. Pasamos entonces a comentar las imposibilidades de que un tipo que vive en la calle sea amigo de un tipo, digamos, de clase media. No hay suficientes bienes culturales que hagan tal cosa posible, concordamos. En una de esas me pidió plata con una historia súper similar a la que le contó a C., y de inmediato desconfié. En Nueva York ya me habían estafado de forma parecida, no iba pendiente de que en Caracas, me vieran cara de gafo. Le dije, pues, que desconfiaba de él, que debía entenderme. Y pareció hacerlo. De todos modos, terminé dándole algo de plata; de alguna forma, sentía que le debía los últimos minutos que había tenido. Pero sí…, al parecer si fue una falsedad. Me pregunto qué estará haciendo ese tipo acá en realidad, cómo habrá llegado.

P. A mí me estafó y a mi papá también. Me lo conseguí cerca del Migas de Altamira, no sé, me llamó la atención que el tipo me hablará en inglés. Me echó su cuento, que necesitaba ir a Puerto Cabello, una paja rara. Al final, no quise saber mucho y le di cuatrocientos bolos. Entonces no le di mucha importancia al evento –no era el primer tipo que me pedía plata ese día–, pero mientras pasaron las horas, pensé: ¡Coño, qué buena cosa acabo de hacer! Cuando llegué a mi casa, pues, le comenté aquel detalle a mi papá. Mientras le contaba la cosa, su cara se iba tornando cada vez más sospechosa, más irónica. Apenas terminé de echarle el cuento, me dijo: Te estafaron, a mí me pasó lo mismo hace dos semanas. ¡Una pálida! Lo peor es que nos lo conseguimos unos meses después por la Plaza La Castellana. ¡Y se nos acercó y todo a pedirnos plata! Mi papá estaba que explotaba: le gritó que ya le habíamos dado real y se fue con una postura bastante asustadiza. ¿Cómo?… Ah, sí, también me dijo algo sobre que era negro o cualquier cosa cuando lo conocí. No sé, fue todo muy extraño, no sabía que era una ocurrencia común por la zona.


Photo Credits: peasap

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