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arturo serna
Photo Credits: nik gaffney ©

Escalera

Desde el tercer piso la ciudad es otra. Salgo del balcón, cruzo el living y atravieso la puerta de mi departamento. En el pasillo se escuchan las voces mudas de los vecinos. Lo perforo como si fuera un túnel no querido y alcanzo el borde de la escalera. Piso el primer escalón y percibo el suave vértigo que me impulsa a seguir. ¿Por qué los escalones son un trampolín del ronroneo de la mente? Segundo y tercer escalón y rozo la nube y siento que estoy en el balcón metafórico.

La escalera de mi edificio es inimitable. Nada se compara con esa sensación de elevación o leve descenso que me embriaga cada vez que subo o bajo los escalones. Pienso: tengo que llegar al próximo subte. Pienso: cómo fueron los últimos días en el aula. Pienso: qué me dijo Lucrecia antes de la partida. ¿Cómo cruzar los límites impuestos por el ruso? Cuarto escalón, quinto: ¿qué hacer frente a la inevitable ruina?

En cada uno de los escalones una idea o una pregunta me asaltan. Y sigo hasta el umbral inferior y la luz insomne de la noche me espera como una bienvenida tenue. En el agua turbia de los adoquines se mueve la luna como un lento pájaro blanco. Un hombre gira su cara y silba un tango bajo. Más allá, una chica cruza la calle y taconea rápido. En la esquina que sigue el viento elemental me toca la mejilla y dejo que el ulular de la negrura me acompañe como un fantasma.

Ya estoy en la entrada del subte: es el infierno, es mi paraíso.


Photo Credits: nik gaffney ©

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