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Luis Perez Oramas

Luis Pérez Oramas: hay que construir una modernidad democrática

NUEVA YORK: Para todos es el Curador del departamento de arte latinoamericana Estrellita Brodsky del MoMA (Museo de Arte Moderno) en Nueva York. Pero Luis Pérez Oramas es mucho más que eso. Es amor hacia la belleza, respeto hacia la cultura, es la mirada aguda que analiza, es la poesía que todo lo sintetiza. Busca desentrañar lo que cuentan las sombras, las penumbras, las sutilezas casi invisibles. “Lo importante no es tanto leer el negro de las letras sino el blanco que está entre ellas” dice recordando la frase que el filósofo Gershom Scholem escribió a su amigo Walter Benjamin y no se cansa de buscar más allá de lo obvio para captar “lo que vemos de reojo y queda atrapado en el canto del ojo, lo que llega fragmentado a nuestro campo visual”.

No se escuda con la torre de marfil que podría proporcionarle el espacio del MoMA, sino que entra en la realidad, se sumerge en ella y con ese mirar más allá de lo obvio, la analiza con lucidez y sentido crítico. Convencido de la gran responsabilidad que les compite a los intelectuales para mantener alerta, vivo, el pensamiento crítico, escribe artículos de opinión que imponen una reflexión profunda de la realidad, en particular de la realidad de su país, Venezuela.

Lo encontramos en su apartamento, espacio en el cual la calidez del interior se funde con la belleza del paisaje que asoma por los grandes ventanales, para hablar de su libro La República baldía, publicado recientemente por la editorial La hoja del norte. Este libro que reúne, en su mayoría, ensayos y artículos publicados en la prensa venezolana entre 1995 y 2014, es una muestra evidente de la capacidad que tiene Pérez Oramas de transitar por el arte y la política. “Nunca he creído que el espacio del arte sea solamente el lugar de la belleza o de la estética. Me formé como profesional universitario paseando por las fronteras de la literatura y la materia de la literatura es la palabra, incluidas la palabra pública y la voz cotidiana. Hubo un momento, en la Venezuela de los años 80, en el cual, como poeta, compartí con otros compañeros la preocupación de producir una voz poética que tuviese resonancia pública. En esa época de juventud arrogante, éramos críticos de una voz poética que solo reivindicara la intimidad. Por otra parte crecí en la casa de un político, mi padre, quien era también profesor de derecho público, y me formé en Francia, en una escuela en la cual la historia del arte solo se comprende en su función y relación con la antropología, la sociológica, la teoría política, la historia de las ideas, es decir, en su función y relación antropológica dentro del cuerpo social. No estoy diciendo que el arte deba ser político sino que tiene siempre una dimensión política”.

Es casi doloroso, para un venezolano, leer cada una de las palabras de La República baldía que dibujan la historia de unos años, de un país, de una manera de ser, con una claridad admirable, difícil cuando la vida de una sociedad, no es historia sino cotidianidad.

“Cuando volví a Venezuela tras terminar mis estudios en el exterior, percibí que se estaba produciendo una mutación de carácter colectivo y que estábamos al borde de cosas bastante imprevisibles, impredecibles, que podían desembocar en dos direcciones, una reforma democrática o el populismo totalitario, camino que finalmente tomó el país. Los artículos que aparecen en este libro son los de un historiador del arte que volvía para buscar en el arte una dimensión pública. Quería reflexionar sobre lo que significaba Reverón para el cuerpo social venezolano y en el contexto de la historia de las ideas de Venezuela. Quería entender qué significaban la arquitectura moderna venezolana, el fracaso de la modernidad, el cinetismo como una especie de muralismo optimista y energético, qué significaba Gego con su reivindicación a partir de las claves estructurales del arte de la precariedad, de las formas. Pero al mismo tiempo estaba viendo como ciudadano, como cualquier otro ciudadano, lo que acontecía en el espacio político”.

El común denominador de los escritos que Pérez Oramas desgrana a lo largo de casi 20 intensos años, es el persistente llamado a reflexionar sobre la importancia del rol de la cultura entendida como “el nervio vivo de la república y el cuerpo exacto de la nación”.

“El desafío fundamental de Venezuela como de cualquier sociedad es un desafío cultural, antes que político y económico. La política y la economía tienen que encontrar el lugar que les corresponde dentro de un discurso público que permita a la sociedad identificarse mayoritariamente con él y a las minorías de esa sociedad sentirse representadas. Algo que no hemos logrado”.

– Las recientes elecciones parlamentarias marcan un cambio importante en Venezuela y abren una rendija de esperanza pero no podemos dejar de ver con gran preocupación hasta qué punto se han agudizado los problemas que señalabas ya en tus primeros artículos. El sentido cultural de Venezuela se ha desgastado, hemos perdido los espacios públicos, reales y simbólicos, la capacidad de convivencia y se ha agudizado el “conflicto moral” al cual te refieres en tu libro. Muchas las heridas que habrá que dejar cicatrizar.

– Creo que es un proceso que tomará muchos años y muchas generaciones. Pero es importante que colectivamente estemos de acuerdo en diagnosticar donde están las fallas. Pienso que nosotros logramos construir una democracia moderna pero no una modernidad democrática ya que esa modernidad fue siempre autoritaria. Cuando, después de mi doctorado, ingresé como docente en la Escuela de Arte Armando Reverón, pensé, ingenuamente, que los estudiantes iban a entenderme cuando yo les hablara de Cristóbal Rojas o de Tovar y Tovar. Mi sorpresa fue descubrir que esos jóvenes conocían mejor la obra de Picasso o de Warhol que la de los venezolanos. No se ha producido una narrativa consensual sobre nuestras grandes representaciones simbólicas y son esos discursos consensuales que, aún sin necesidad de ser aceptados por todos, permiten a una sociedad identificarse a sí misma y por lo tanto enfrentar todos los desafíos, ciudadano, económico, político. En Venezuela el discurso consensual e identificatorio que hemos construido pasa por el heroísmo y la gesta militar. No hemos podido liberarnos de los Padres de la Patria, de su épica guerrerista, autoritaria y militarista. Ese discurso que personajes como Luis Castro Leiva han contribuido a desmontar, fue creado por los autoritarismos venezolanos. Lo inventó Guzmán Blanco, lo consolidó Gómez, lo convirtió en cultura popular Pérez Jiménez y más tarde lo asumió bobamente la democracia. En el centro histórico de Caracas, en la Plaza Bolívar, está la estatua del Libertador, sin embargo Caracas fue creciendo accidentalmente e incidentalmente y ahora su centro geográfico es la Plaza Venezuela donde está la estatua de Andrés Bello. En esas dos plazas creo que podemos resumir nuestras contradicciones. Tenemos el desafío de sustituir a Bolívar por Bello, y por los grandes héroes cívicos de la guerra, los de la resistencia civil, los héroes del lenguaje, de la forma simbólica, de la creación en soledad. Hay que aprender a identificarnos con las grandes figuras fundamentales de un discurso civil, hay que reformar nuestra construcción simbólica como República partiendo de personajes como Andrés Bello, quien es considerado una enormidad en el mundo hispánico. Nosotros seguimos presos de una cárcel sombría, guerrerista y autoritaria que nos ha expuesto ante un espejo roto, un espejo peligroso, salvaje que no tiene ninguna posibilidad de fecundidad porque es un espejo puramente mítico. Salimos de Chávez porque se murió y seguimos buscando a otro. Nuestro gran desafío cultural, civil, es construir un espacio donde la ciudadanía pueda reconocerse y pueda entender que no es ciudadano el que es más competente sino el que decide serlo. La modernidad a la que tenemos que aspirar debe ser democrática.

– Tu escribes “La única verdad es que Venezuela es un país modesto; tal sería, hoy, su enorme virtud desconocida”. Sin embargo salir del mito de la Venezuela heroica es muy difícil.

Recuerdo una cita de Martí que le oí decir a Rafael Castillo Zapata. Martí decía que Caracas era una vasta morada de enmascarados. Creo que se refería a las humildes construcciones coloniales enmascaradas tras fachadas neogóticas durante el guzmancismo. Yo creo que la ambición más sana es la que busca la comunidad ordinaria, aquella que asume nuestra modesta condición. Creer en las palabras de los líderes populistas de ahora y de antes que hablan de convertir Venezuela en una gran potencia es una ridiculez. Deberíamos tener la ambición de construir una sociedad factible. Eso en Venezuela todavía no es posible a causa de los niveles de desigualdad que han sido inmensamente pronunciados, agravados e instrumentalizados por el populismo chavista.

La aguda crítica de Pérez Oramas punta el dedo contra las élites y los políticos que no han dado a la cultura el espacio que merece, relegándola a un lugar de ornato y entretenimiento, nunca de representación y dejando así la sociedad a la merced de los delirios de grandeza de los gobernantes de turno.

– Aún así hubo años en los cuales presidentes como Betancourt, Leoni, Caldera, trataron de dar a la cultura un rol diferente.

Hubo personas de gran lucidez pero tuvieron que lidiar con graves problemas. Yo por ejemplo admiro a Rómulo Betancourt y sin embargo admito que no pudo ser el Presidente que hubiera querido ser porque tuvo que gobernar bajo el acoso de la resistencia armada de la extrema derecha militar y de la extrema izquierda guerrillera. Y, de todas formas, no podemos sentirnos orgullosos de la forma como la democracia enfrentó esos retos. Hubo violaciones terribles de los derechos humanos y vivimos prácticamente con las garantías suspendidas durante todos los años 60. 

Una característica que unió a los grandes personajes que hicieron posible la Venezuela democrática del ’58 hasta el punto de quiebre que yo coloco entre el 83 y el 84, fue el recuerdo del trauma autoritario que muchos de ellos habían vivido durante el gomecismo y el perezjimenismo. Cuando las sociedades salen de un trauma reaccionan, así como cualquier ser humano, pero cuando lo olvidan se adormecen. Hay que ver ahora si los venezolanos sabremos administrar las consecuencias del trauma chavista y construir un país viable.

– En el libro te refieres a la diferencia entre memoria y nostalgia. Escribes: “La memoria es constitutiva. La nostalgia es disgregativa. La memoria es una construcción laboriosa. La nostalgia es una lamentación gratuita. La memoria permite prospectivas. La nostalgia difiere, con su comparación desautorizante, al porvenir. Y hay por lo tanto una diferencia estructural entre una historia construida para la memoria y una historia generada por la nostalgia”. Y también: “La devastación nace de la ausencia de memoria”. Si las sociedades aprendieran a conservar la memoria y evitar la distorsión de la nostalgia quizás evitaríamos retrocesos civiles y humanos como los que vemos en Europa y en Estados Unidos, donde los sentimientos xenófobos y racistas generan los movimientos neo-nazi y dan espacio a la candidatura de un personaje como Trump.

– La memoria implica un esfuerzo de construcción y por eso es más productiva, más fecunda pero también más difícil. La nostalgia solo se deja llevar por los sentimientos. En Europa volvemos al tema del trauma. En los países de Europa occidental donde el fascismo acabó hace mucho tiempo se ha reconstituido la extrema derecha. En España donde la historia de la dictadura es reciente la gente busca el centro.

En Venezuela, a pocos días de unas elecciones históricas, aparecieron en Facebook unos comentarios de algunos intelectuales que son aterradores. Más todavía porque muchos de ellos enseñan en las Universidades. Son personas que siguen sintiendo nostalgia por el perezjimenismo y continúan diciendo que la dictadura perezjimenista es la que hizo los grandes proyectos modernos de Venezuela. Desconocen que todos ellos, como por ejemplo la Universidad Central, fueron lanzados en el trienio de Rómulo Gallegos, y que Pérez Jiménez mató los proyectos de diseminación arquitectónica maravillosa de escuelas, para construir cuarteles. Volvemos a la diferencia entre la memoria y la nostalgia. La nostalgia da lugar a la rememoración y la memoria a la representación del pasado.

Yo pienso que las personas siempre tienen razones para hacer lo que hacen y hay que hurgar y escarbar para entender esas razones. Nosotros tenemos que entender porque los venezolanos, en su gran mayoría, siguieron a Chávez.

– ¿Sería esa la gran responsabilidad de los intelectuales?

– La República será siempre una agonía entre la tentación de la turba, que es la tentación populista, y la cachucha que es el estado militar. Históricamente la República nunca ha dejado de ser una agonía y siempre lo será. La responsabilidad que tenemos nosotros los intelectuales es la de hacer análisis profundos, ser prudentes, tolerantes, para no caer en la trampa de ese desgarre entre la turba y la cachucha. La realidad es compleja y nosotros tenemos que dar cuenta de esa complejidad.

Al hablar de su rol en el MoMA Pérez Oramas comenta “Lo que realmente quise hacer toda mi vida ha sido comprender como funcionan las obras de arte en el tiempo, como se constituyen en espacios colectivos al reunir alrededor de ellas un consenso comunitario que puede ser de inmensa importancia para el sentido de la vida de las personas. La historia del arte es un asunto que está permanentemente escribiéndose, que se escribe en gerundio porque nunca encuentra la palabra definitiva”.

– ¿Hasta qué punto el arte puede cambiar la vida de una persona?

Una de las muchas funciones de la obra de arte o más bien de la experiencia artística consiste en ayudarnos a aprender a vivir con la dimensión de la incertidumbre e inminencia de la vida. La función crítica del arte no es la de llevarnos a puerto seguro sino en hacernos dudar, a veces hasta de nuestras propias posibilidades cognitivas, colocándonos frente a situaciones de incertidumbre, situaciones que no conocíamos antes o quizás frente a las cuales no teníamos un bagaje de memoria y de preparación. Lo que no está allí, lo que no está representado, esas son las preguntas hacia las cuales nos dirige la experiencia artística y yo creo que esa inmersión en lo incierto es lo más enriquecedor, aunque parezca paradójico. Cuanto más entiendes que poseer las cosas es imposible, que la vida está hecha de factores incontrolables, que todo se te escapa como agua entre las manos, más aprecias el aprender a vivir con la incertidumbre, con el vislumbre de las cosas, con la fluidez y la inminencia. Cada vez que miras una obra de arte, aún las más conocidas, cada vez que te entregas a ella, cuando te abres, cuando te das, cuando te desarmas, te das cuenta que ya no conoces lo que creías conocer, que algo nuevo está sucediendo en ese momento. Una obra de arte está siempre a punto de acontecer.

Pérez Oramas es el curador de la exposición de Joaquín Torres García que quedará en el MoMA hasta el próximo 15 de Febrero. “Es una exposición que he estado persiguiendo hace mucho tiempo. Joaquín Torres García es un artista muy importante como referencia, incluso crítica, para pensarnos colectivamente en América Latina desde el punto de vista de la modernidad. Estoy muy empeñado en mantener esa presencia de figuras seminales de la modernidad latinoamericana a las cuales el MoMA nunca ofreció la posibilidad de una revisión retrospectiva. Hasta el momento lo hicimos con Reverón y Torres García. La próxima será  Tarcila do Amaral.”

Pérez Oramas también ama expresarse con la poesía. Recientemente ha publicado el libro de poemas La dulce astilla (Editorial Pre-Textos) y confiesa que sus versos pueden brotar solamente en español, idioma de las profundidades de su ser, de los matices de sus contraluces. Son palabras que surgen de una intimidad arraigada a la tierra donde nació y al idioma que lo conectó a la vida.

Al hablar de sus poemas comenta casi para sí “Tratas de poner palabras a las obras de arte y tratas de ponerle palabras en forma de versos a la experiencia de la vida que finalmente es el origen de la poesía. Escribir un poema para mi responde casi a una necesidad orgánica. Y me gusta que sea así, no me interesa la construcción arquitectónica de la poesía, prefiero considerarme más bien un cancionero.”

Arte, política y poesía son las grandes pasiones de Pérez Oramas. A todas ellas se entrega con la avidez del que no se cansa de conocer ni de sentir, del que analiza el mundo con la frialdad que sola garantiza la imparcialidad y, al mismo tiempo, no le tiene miedo a la vulnerabilidad de los sentimientos, a lo impredecible, a lo que escribe la vida cuando aprendemos a leer el blanco que está entre las letras.

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