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Entre ruinas

Otro apagón más. El quinto en un mes. No una ni dos o tres ciudades. No uno ni dos o tres estados… No hay modo de sobrellevar un país inmerso en una profunda crisis sin que funcionen los servicios adecuadamente, con un mínimo de confianza en su operatividad. Al parecer, la pérdida por estos blockouts en Venezuela ronda el 2,5 % del PIB… y contando, porque, nos guste o no, la ruina del país ya no es un mito, un augurio de agoreros pesimistas o de enemigos de la revolución. La crisis escaló tan alto que ya se nos hace intolerable… ¿o debería decir inaceptable?

El alto mando militar se apertrecha en sus embustes, negando una realidad que no puede ocultarse. El otro alto mando, ese émulo del fascismo, se resiste a creer que su tiempo terminó, que ya no hay nada por hacer, que su fin es irremediable, aunque apueste todo para cubanizar a Venezuela. Aún así, se aferra al poder como la garrapata al cuero del ganado. Lo sé, lo comprendo. No hay otra cosa que pueda hacer vista las alianzas que construyó para avanzar en su cruzada. Una que como aquellas medievales, estaba destinada al fracaso… y aún lo está porque el socialismo es una causa yerma y sin pronósticos venturosos. Basta ver la ruindad nacional para comprenderlo, para asumirlo como una verdad inobjetable.

Mientras tanto, la oposición tarda para aprender, se resiste a reconocer lo que es obvio, como lo es que esta gente, esta ralea revolucionaria no va a rendirse incruentamente. Que felones incansables, los miembros de la élite regente no van a ceder el poder para el cual conspiraron por tanto tiempo con el firme de propósito de adueñárselo a perpetuidad. Unos, los más majaderos, los más lerdos, deambulan por el patio político ignorando la mala índole de esta gente que nos impone su proyecto totalitario. Otros, esos que incansablemente repiten cuanto estribillo menso se vocean en las cada vez más menguadas marchas, escupen su visceralidad disfrazada de ponderación y equilibrio contra todo aquel que critique a los líderes opositores, que haga uso de su derecho a pensar, a juzgar, a exigir. No faltan tampoco en este tinglado los soberbios, los ególatras que borrachos de sí mismo desoyen y desdeñan todo cuanto no sea de su autoría.

En medio de ese circo estamos los ciudadanos, que cada día vivimos peor, que a diario nos enfrentamos a la realidad de un país destruido por una guerra que desde hace más de veinte años nos declaró la élite, animada por un profundo resentimiento que les envenenó el cuerpo, el alma… su esencia. Venezuela está en ruinas y en medio de esas ruinas, vivimos los venezolanos. Por ello, cabe bien meditar, y, en lugar de reprender a los disidentes, a los que, desesperados, claman por una solución a su precariedad insoportable, entender que les guste o no, que sea razonable o no, la ciudadanía está agotada y bien puede aferrarse a espejismos.

No quiero ser agorero ni acusar impíamente al liderazgo opositor. Bien sé que tal cosa no beneficia a la causa. Sin embargo, tampoco la ceguera acrítica. Sobre todo porque pedir racionalidad en estos momentos, que la nación está desesperada por el caos, por la catástrofe que nos ha legado el socialismo, es cuando menos, ingenuo. Las protestas callejeras explotan y los cuerpos represivos reprimen impúdica e incruentamente, dejando saldos terribles. En algún momento, más pronto que tarde, la ciudadanía podría estallar y anarquizarse, con el agravante de que algo así podría no conducir a nada o peor, allende la masacre y el horror, a procesos mucho más espantoso que este, porque, no lo dudemos jamás, no hay límite para la maldad humana.

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