Ella sabía que la seguía extrañando sin importar el tiempo que había pasado entre aquel confuso año en el que compartieron sus cuerpos y sus vidas. “Hay amores que se pierden para siempre y que se extrañan por la misma cantidad de tiempo”, le había dicho alguna vez una de sus amigas intentando hacerla sentir menos sola.
Recordó esa frase el día en el que limpiando su correo electrónico, encontró en la bandeja de borradores todas aquellas cosas que había pensado en decirle.
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Para: [email protected]
Espero que las canciones que me recuerden a ti resuenen en tu cabeza, que empieces a tararear melodías y que sin saber exactamente por qué, sepas que soy yo mandándote un mensaje
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Para: [email protected]
A veces mi memoria quiere ayudarme. Te afea de a poco, deforma algunos detalles, deshace un poco tu silueta. Luego Instagram me recuerda lo hermosa que eres… Y todo el trabajo de mi memoria se pierde.
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Para: [email protected]
Ella no es tú. Por mucho que te busque, no te encuentro. Tu cara es un mapa que se me desdibuja. Perdí los puntos cardinales de tus ojos. Esto de hacer un mapa a ciegas de ti no es de cartógrafos, es de idiotas enamoradas que escriben notas sin rumbo mientras camina en la calle evitando los rostros de los desconocidos.
La tristeza se esconde detrás de un buen par de lentes de sol.
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Borró los mensajes a medio escribir escuchando una canción de fondo que se la recordaba, queriendo creer que lo que había escrito en la primera nota era cierto.
Su único consuelo era pensar que quizás su memoria también la traicionaba sorprendiéndola con notas en los rincones, frases de canciones o trozos de su cara en los rostros de los desconocidos.