La voz del Pacífico me despertó de mi siesta bajo el almendro. Me convocaba. Acudí de inmediato a su llamado. Salí de la sombra de la arboleda a la amplia playa de Esterillos y entré al mar.
La marea subía. Las olas incesantes y poderosas me impedían adentrarme. Era como si el Pacífico hoy me rechazara y quisiera sacarme de sí. Le dije:
–Soy tu hermano y quiero sentirte.
Lo observé y percibí la táctica para adentrarme en él. No lo resistí, ni me le opuse. Sólo me zambullí debajo de cada ola y luego me quedé quieto sintiendo el vaivén. Hasta que el océano me dejó entrar en él.
Quizá el amor y el perdón sean así algunas veces.
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