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paola maita
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¿Emigras o te exilias?

Hace unos días, me preguntaba si en realidad soy emigrante o exiliada. Con el pasar del tiempo, la distancia con mi país se ha vuelto un terreno fértil para cosechar preguntas en esta línea. A veces puedo apoyarme en las personas que me rodean que también han emigrado (¿o se han exiliado?). Les lanzo las preguntas como los artistas del circo que juegan a lanzar dagas a la manzana que está sobre la cabeza de alguien más. Como todo acto de azar, hay algunas veces que acierto y otras que fallo.

Le pregunté a V. para saber si ella se había cuestionado lo mismo alguna vez. Para seguir nuestra costumbre, la respuesta nos llevó a una larga disertación que buscaba desenmarañar cuánto de nuestra decisión era por razones personales y cuánto era por motivos políticos. Según el diccionario, esa es la clave de la diferencia. Cada una de nosotras tenía sus argumentos que se contraponían. Es imposible que el razonamiento de V. fuese igual al mío porque nuestras circunstancias migratorias (¿o de exilio?) son bastante diferentes.

Ella salió hace 18 años, para estudiar, cuando la cosa aún no estaba tan grave, con la idea de que podría volver. Yo salí hace 2 años, cuando la situación política y económica ya rayaba en lo distópico, para salir a hacer lo que sea con tal de tener una vida un poco mejor. Sí, definitivamente nuestras situaciones han sido distintas. Aun así, cuando en la superficie podría parecer que su decisión fue claramente personal y la mía más política, hay factores que no puedo incluir en la tan mentada frase situación-país; porque, aunque V. pueda parecer más emigrante y yo más exiliada, hay una parte en mi migración (¿o exilio?) que ha sido profundamente personal.

Para no solo fiarme de lo que me dice la memoria, ni creerme la falacia de que el país de mi imaginación es el único que existió, ni pisar la trampa de la nostalgia; comencé a ver Cosita Rica, una telenovela de mediados de los 2000. Quería comprobar qué tan buena transcripción había hecho mi memoria de la realidad.

Después de atragantarme en YouTube con 90 capítulos, algo me hizo caer en cuenta que no solo soy una exiliada política, sino también en lo personal. Entiendo que una telenovela es en gran medida ficción, que esos personajes no existen; pero también entiendo que reflejan una realidad, así sea en una versión edulcorada para algunas cosas y exagerada para otras.

Las situaciones machistas, homófobas, la idealización extrema de la familia, el resentimiento social, las ideas de que las soluciones deus ex machina pueden ser reales, la profunda división social o el optimismo que puede rayar positivismo tóxico; no son solamente fruto de la imaginación de Leonardo Padrón. Son cosas que me han pasado a mí, a V., a nuestros vecinos, conocidos y un largo etcétera.

Yo he escuchado a personas de mi círculo decir que si su hijo le sale gay (como si fuese un número perdedor en la lotería), se lo quita a golpes; he crecido en un entorno donde al hombre se le atiende y se le aplaude si ayuda en la casa; y he visto a las personas ir por la vida sin ningún tipo de previsión porque Dios resolverá. También crecí con la idea de que tener una persona que limpiase en la casa era una regla universal, que llorar enferma y que hay que sonreír siempre. Si no quieres que esto sea parte de tu vida, de eso, ¿Emigras o te exilias?

Por su parte, V. también ha vivido en carne propia las consecuencias de un país que ha vivido bajo un régimen dictatorial durante los últimos 20 años. Actualmente, plantearse la posibilidad de regresar a vivir a allí no solo la enfrentaría con aquellas situaciones de su vida personal que la impulsaron a emigrar. Se enfrentaría a un sistema profundamente colapsado que pondría su vida en riesgo. Y de todo eso, ¿Emigras o te exilias?

Al final, no seré una chica de barrio que aspira a ser bailarina y que se enamora de un hombre casado, pero la idea que refleja el país de Cosita Rica fue en gran medida mi realidad también. De ella, no solo he migrado. También me ha exiliado.


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