Emigrar no es fácil. Nunca lo fue. Y la mayoría de quien emigra lo hace por necesidad.
Desde siempre unos pocos, con poder, han declarado guerras, impulsado invasiones, ocasionado desastres y todos los demás han pagado las consecuencias de sus erráticas decisiones. Es la historia de la humanidad y, a lo largo de los años, la necesidad de sobrevivencia ha obligado a miles de personas a emigrar, a buscar otras tierras, otras oportunidades.
Hoy las cosas, lejos de cambiar, han empeorado. No solamente los poderosos del mundo siguen alimentando conflictos e invasiones sino que no están enfrentando debidamente algunos de los problemas más graves de la humanidad: el cambio climático, la escasez de alimentos y sobre todo de agua.
También este año el IPCC panel internacional compuesto por 107 expertos de 52 países quienes asesoran las Naciones Unidas, ha presentado su relación sobre cambio climático y tierra. En esta ocasión no solamente ha mostrado los estragos del calentamiento global que ha progresado con una rapidez superior a los peores pronósticos, sino que ha subrayado la necesidad inaplazable de dar un viraje a la producción agrícola, a la gestión de los suelos y a nuestros hábitos alimenticios. La situación ha llegado a tales niveles de gravedad que ya no es suficiente reducir las emisiones de gases de efecto invernadero considerados la causa más importante del calentamiento global. Según los analistas casi el 30 por ciento de los alimentos producidos se desperdicia y ese desperdicio causa entre el 8 y el 10 por ciento de las emisiones del efecto invernadero. Al mismo tiempo la tierra y los mares sufren las consecuencias del cambio climático que afecta en su mayoría la agricultura a pequeña escala con gran perjuicio para las poblaciones más vulnerables. Se considera que 500 millones de personas ya viven en áreas desertificadas a causa de los efectos negativos de las mutaciones del clima.
Según la organización internacional Acción contra el hambre, habría que reestructurar los métodos de los sistemas agrícolas. Eso implicaría evitar las deforestaciones, los aditivos químicos que destruyen los suelos e introducir entre las poblaciones, sobre todo las de los países desarrollados, la educación alimentar.
Unas semanas antes el WRI, World Resources Institute, había presentado una actualización de la relación que se refiere a la escasez de agua. Casi una cuarta parte de los seres humanos vive en zonas al límite de los recursos hídricos. Por el contrario el 25 por ciento de la población, concentrada en 17 estados, consume más del 80 por ciento del agua dulce superficial y subterránea disponible mediamente cada año.
La situación es tan dramática que ameritaría una política unitaria capaz de superar fronteras. Es lo que están tratando de hacer jóvenes como Greta Thunberg quien, a sus 15 años, movilizó a sus coetáneos en todo el mundo para obligar a los adultos a dar respuestas serias e inmediatas a un problema que pone en grave riesgo el futuro de su generación.
Lamentablemente algunos de los países más importantes del mundo desarrollado, el que causa más estragos con sus emisiones de gas sierra, cultivos industriales, desperdicio de alimentos y utilización indiscriminada de los recursos hídricos, están gobernados por líderes populistas que se obstinan a rechazar toda evidencia científica y, con su actitud, siguen empeorando una situación que se acerca al temido “día cero”.
Obcecados por una inagotable sed de poder, estos presidentes y jefes de gobierno, no solamente no están dispuestos a crear puentes con el resto del mundo y a impulsar políticas supranacionales para mitigar los daños ambientales, sino que prefieren alimentar los nacionalismos y dirigir el malestar hacia los inmigrantes, mostrándolos no ya como víctimas sino más bien como verdugos. Saben que el único camino para seguir cosechando votos es alimentando miedos e inventando culpables.
Y las campañas de odio producen votos, pero son votos manchados de sangre.
En Estados Unidos la intolerancia hacia los latinoamericanos acusados por la actual administración de los peores crímenes y señalados como un grave peligro para la nación, ha impulsado a un supremacista blanco a empuñar un arma de guerra y realizar una masacre en El Paso, Texas. Veintidós personas inocentes murieron y veinticuatro quedaron heridas.
No habían pasado dos días cuando otro joven blanco realizó una segunda masacre en Dayton, Ohio, dejando una estela de nueve muertos y veintisiete heridos.
El primer asesino había publicado, poco antes, en sus redes sociales un manifiesto contra los inmigrantes latinos. Es muy probable que el segundo, quien murió en un tiroteo con la policía, haya actuado impulsado por el mismo odio.
La verdad es que si las migraciones en Estados Unidos y en el resto del mundo van aumentando es porque los seres humanos escapan del hambre, de las enfermedades, de los desastres ambientales. Males que ellos no ocasionan, sufren.
Los informes del IPCC y del WRI deben obligar a una reflexión profunda, a una seria toma de conciencia. Hay que impulsar una solidaridad igual a la que están construyendo los más jóvenes, hay que entender que las fronteras, así como están diseñadas, son absurdas y obsoletas. Y finalmente, hay que luchar contra la criminalización de los inmigrantes.
Vista la situación del planeta, emigrar debería ser considerado un derecho humano.
Photo by: Martin Snicer ©