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Photo by: Gabriel Rojas Hruska ©

Elogio del trabajo manual

No hace mucho descubrí una conferencia inédita en español de Claude Lévi-Strauss en la que se elogia el trabajo manual. El tema propuesto por el gran antropólogo francés merece su consideración. Y también una respuesta activa consistente en repensar la cuestión. La acción, tantas veces subestimada, de las manos que trabajan.

Una vez leí que Bertolt Brecht, el gran dramaturgo y teórico del teatro marxista, se lamentaba de que nadie recordara los anónimos constructores de la Tebas de las Siete Puertas. Es decir, no hay memoria de los obreros que levantaron aquella ciudad piedra sobre piedra. En el mundo antiguo, se dice que tal personaje histórico o mitológico fundó tal ciudad, o tal imperio. Pero lo que se atribuye a uno o unos pocos, oculta la acción constructora de una multitud de trabajadores. Las ciudades o los imperios, sus casas, calles, muros, y demás establecimientos siempre fueron resultado de las manos que obraron para la edificación de la estructura material de las culturas.

En la historia de la humanidad las grandes construcciones son atribuidas a una minoría de reyes, gobernantes o arquitectos. La memoria histórica registra el protagonismo de los sujetos del poder. Los que sufrieron bajo su férula, solo existen por la perdurabilidad de sus obras no reconocidas.

Pero este proceso de exclusión no pertenece sólo al pasado. Se extiende y multiplica en el presente. Todas las obras visibles del ser humano, no importa cuál sea, desde las torres de Dubai hasta los ocultos sistemas de cañerías de las ciudades, o los puentes o los campos arados, todo es efecto del trabajo manual.

Decimos que tal edificio es de tal arquitecto o la obra de tal gobierno. El arquitecto diseña, crea un plano o dibujo, como modelo previo necesario para la plasmación posterior de la obra; en el caso de las obras públicas, un gobierno decide su construcción y gestiona fondos. Pero el paso del plano arquitectónico a la realidad visible sólo se consuma por la indispensable mediación del trabajo manual.

La nobleza de trabajo de las manos, en contra de la interpretación romántica, no es reductible a las culturas primordialmente rurales, fuertemente asociadas al labrado de la tierra o la tradición de los oficios artesanales. En cuanto a la trascendencia del trabajo manual, toda cultura, la urbana o rural, están igualmente atravesadas por la manualidad como condición necesaria para su existencia misma. Detrás de toda creación humana está la acción de manos que trabajaron.

En la Grecia Antigua, el trabajo manual era despreciado. Una cuestión de esclavos, un destino inferior para los incapacitados, “por naturaleza”, para ejercer derechos de ciudadanía política o acceder al pensamiento abstracto. De aquí nace la intelectualidad como supuesta antítesis de la manualidad. El cerebro evolucionado debiera trascender la acción de las manos. Pero este conflicto nace de una construcción social en la que un sector dominante, imbuido de poder y privilegios, relega el trabajo pesado a los sectores populares dominados.

Fuera de estos condicionamientos sociales particulares, lo teórico y lo abstracto no son lo opuesto de la manualidad sino dos momentos conectados en la unidad de la acción humana. En esta unidad la acción observable, la actividad en lo físico, es resultado de algún conocimiento técnico o intelectual anterior. Nadie fabricó una casa sin algún conocimiento que, aunque pudiera surgir de la experiencia práctica, antes de su aplicación no hubiera sido regulado por la mente. La mano es aliada del cerebro, no su contrario.

Aun la más compleja fórmula matemática en pos de demostrar la teoría de las cuerdas, por ejemplo, depende de soportes materiales para su explicitación, desde un lápiz y un papel, una pizarra y una tiza, o la pantalla electrónica.

Para que el intelecto pudiera independizarse completamente de las manos, sería precisa una cultura humana futura de una existencia puramente mental. Lo cual es muy improbable. Esa existencia sería de ángeles, ya no de humanos. Por lo que el pensamiento complejo en algún momento desciende a los dedos para, por las manos, dar realidad física a lo que primero fue contenido mental. Incluso la cultura virtual hoy acelerada en su difusión por la pandemia, depende de lugares físicos de acumulación de datos. El software no podrá separarse del hardware.

La importancia de la manualidad es confirmada por cualquier arte. No hay arte que no esté fuertemente mediatizado por acciones manuales. Las pinceladas en la pintura; los golpes de cincel en la escultura (habría que recordar a Miguel Ángel golpeando fieramente la piedra para extraer de ella al David); la manipulación de cemento, ladrillos u otros materiales en la arquitectura desde su función de vivienda o su valor artístico o decorativo; e incluso la poesía o la literatura no serían sin la acción de una mano que escribe sobre distintos tipos de soporte. Y la difusión de la escritura artística, y de toda escritura, necesita de procesos manuales indispensables como la fabricación de la tinta, el papel, las imprentas, o las computadoras para su almacenamiento digital.

Nada es sin el trabajo manual. Dirigidas por el pensamiento, las manos son la fuerza universal del hombre para crearse su entorno, para producir sus artefactos, para actuar en la modificación de la naturaleza.

Un camino que el mito reconoce en su inicio: en la acción del fuego, donado por Prometeo a los hombres, como símbolo del trabajo en tanto salida de la inmediatez natural y construcción de la civilización. Producir el fuego, fabricar metales, hacer herramientas, armas y ropa. El trabajo civilizador.

En el cuerpo del hombre la fuerza del trabajo manual se concentra principalmente en sus manos y brazos. En la naturaleza, el sol trabaja en la generación de la luz, las plantas en la fotosíntesis, el viento trabaja para trasportar las semillas de las plantas y para que éstas germinen por doquier; los animales trabajan para conseguir su alimento; el planeta Tierra en su movimiento sobre su eje produce la alternancia necesaria del día y la noche; el agua hace su labor fertilizante en el mundo vegetal y facilita el proceso biológico de la vida en el cuerpo humano.

Visto así, el trabajo manual es continuación del trabajo previo de los procesos naturales. Entre la construcción humana de artificios y lo meramente natural, hay diferencias de ámbitos. Pero no de modos. Todo trabaja y libera energía. Hasta incluso, si el hombre es visto como un animal más, inseparable de la biosfera, por su trabajo manual la naturaleza se diversifica para la creación de diferencias o novedades.

En la travesía humana, el trabajo está en el origen de lo mejor y de la peor; lo mejor: lo que permite que los pensamientos salgan fuera de sí para saltar a la realidad física y transformarla; lo peor: cuando los frutos del trabajo son apropiados dentro de la trama oscura de la explotación del trabajo.

Pero en su mejor expresión, el trabajo recuerda que la combinación de esfuerzo e inteligencia es necesaria para la construcción. Todo lo creado por el hombre necesitó de las manos para ser. Algunos le rehúyen como actividad inferior.

Pero sin la mediación de las manos la Voyager I que ha dejado ya nuestro sistema solar y que viaja hacia lo insondable del cosmos nunca hubiera llegado allí. Por las manos la mente humana se supera. Y se proyecta hacia las formas desconocidas en la lejanía.


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