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Arturo Serna
Photo Credits: mathias is still around ©

Elogio de la soledad

Es menester apartarse de las condiciones
populares que están dentro de nosotros; es menester
secuestrarse y recuperarse de uno mismo.
Montaigne, Ensayos, I

     

Una historia de la soledad no abundaría en enumeraciones vanas. Anoto una lista provisoria: Pitágoras frente a los astros, Séneca en el exilio, Marco Aurelio después de la batalla, El cristal de Spinoza, Tomás Moro en la isla, Pascal y los cielos infinitos, El encierro voluntario de Schumann, Nietzsche en el amanecer. Sin embargo, esta memoria es una nada frente a la abrumadora historia de los desconocidos.

El catálogo evidencia el lugar olvidado de la soledad en las preocupaciones de historiadores y de filósofos. ¿Acaso la soledad es un asunto menor? Creo que los humanos poseemos una dimensión profunda, imposible de definir rigurosamente. Esa dimensión prístina es la intimidad.

Íntimo es el goce ante un poema de Keats, la renuncia no buscada a un amor, el dolor ancestral por la muerte de nuestros padres, la alegría al recordar una melodía de Mozart.

El universo de cada individuo puede reducirse a los meandros difusos de la intimidad. Yo mismo soy la materia de este libro, anota Motaigne. En el marco de esta defensa de la soledad, advierto los embates contra el solipsismo. No proclamo el refugio en la intimidad como una negación de la sociedad. Esa negación es un absurdo completo. Sería como querer negar las piernas que caminan cuando alguien pasea por un jardín. El pudor de un libro, el patio vacío, la luz crepuscular completan y no aniquilan el bullicio de la gente. Desde el patio vacío sentimos que somos ese patio y también el bullicio lejano. Sólo desde el distanciamiento podemos percibir y percibirnos.

Negar la sociedad sería como negar la soledad. Nadie ha probado de modo irrefutable si existe comunicación directa entre nuestras mentes. Y si tal comunicación existe, nadie ha explicado cómo se produce. ¿No pensamos siempre encerrados en la isla de nuestra mente?

Se podría objetar la intención del elogio: un elogio de la soledad es una propuesta inútil. La soledad es una realidad inherente al ser humano y aplaudirla es tan innecesario como defender que el hombre tiene dos brazos y dos piernas. Sin embargo, lo escrito viene a cuenta de la desmesurada vigencia de los fenómenos masivos. El hombre, para pensar, cita Valentié, necesita un cálido silencio. La civilización moderna le ofrece un frío ruidoso. Los que defienden espectáculos multitudinarios alegan que en esos espacios el hombre vuelve a su originario estado de naturaleza. Es allí, dicen, donde todos deberíamos volver para sentirnos libres. La libertad entendida como el impúdico retorno a la ciega condición de salvajes. Rousseau y Schopenhauer anteceden las voces de esta postulación romántica. Más cerca de Petrarca, de Kant y de Bertrand Russell, entiendo que la soledad permite un modesto ejercicio de la libertad.

Fernando Savater sostiene que la esfera de la ética comienza cuando aparece el otro. Toda relación humana supone la inevitable valoración. Sin embargo, a pesar del español, la soledad posee una importancia ética. En la soledad se recuerdan los valores, se recrea lo común, se resignifica en la precariedad del silencio el estertor de la multitud.

Por su propia consistencia, la sociedad tiende a acabar con los privilegios y las particularidades de los individuos. Tiende a deglutir a los individuos. Somos animales sociales, pero no agotamos nuestras formas en la vida social. En la soledad recordamos los valores compartidos con el otro. Somos la multitud que somos y la multitud de los otros. Reflexionamos, sopesamos y decidimos las acciones que incluyen al otro. Los valores son ecos, huellas, fantasmas de las convenciones sociales. No hay otro en sentido absoluto sino en sentido relativo en la soledad, y esto nos permite descansar de la coacción del otro aunque sea por un tiempo exiguo.

Sin la vida solitaria, viviríamos enredados en el vórtice de la confusa trama social, atrapados por la impersonalidad y la indiferenciación de la aplastante masa.

Nadie niega que en la vida apartada no se encuentre un infierno. Cuando cargamos una pena nos acompaña siempre.

No es que en la soledad vaya uno a conocerse a sí mismo. Puede que se busque y no se encuentre nunca, Puede que nadie se encuentre. Además, ¿qué es conocerse, qué es encontrarse? ¿Acaso existimos para encontrarnos? ¿Es que debe haber un sentido para lo que acontece? Sólo afirmo entonces: en la soledad descubrimos menos quienes somos que nuestra diferencia con los otros. La fórmula de Rimbaud debe ser corregida: yo no soy el otro, yo soy el otro sólo si soy yo mismo.

No procuro en esta página suscribir una preceptiva sobre la intimidad. Sólo escribo sobre el valor del silencio y la furia de la soledad.


Photo Credits: mathias is still around ©

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