Le dejé una nota debajo del cenicero de la sala, el mismo que usaba todas las mañanas para poner las cenizas de su primer cigarro del día.
Me he ido de ti, de mí, de lo conocido que no era más que un espejismo. En algún momento fui de ti. Nunca tuya. No te pertenecí como un objeto sino como quien pare a otro y le da un gentilicio.
Eran tres líneas que podía parecer escuetas, pero no hay nada más definitivo que las despedidas de pocas palabras o mucho silencio. El resto, estaba de más.
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