A Sami
No encuentro la hora
para pronunciar tu nombre.
Tu amistad quedará en la ineptitud de mis sílabas
que jamás podrán acercarse a tu providencia:
la de esperar afuera mientras morías
escuchando a sus majestades
dando órdenes desde su altar en contra de tu vida.
Y ni muerta te abrieron las puertas de tu casa
ni en cenizas en tu jardín te dejaron dormir.
Pero tu saludo seguirá en la impotencia de mi memoria
y te seguiré agitando, hasta que se acabe el día.