¿Y tú quieres volver?
La pregunta que me planteó V. hace un par de días no puedo clasificarla como poco menos de existencial. Después de haberle insistido un poco para que escuchase la canción de Residente, fue una de las primeras cosas que me preguntó.
No puedo negar que la canción se me quemó de inmediato en el cerebro, que la frase «quiero volver a cuando mis ventanas eran de sol» me atravesó, o que mi insistencia de compartirla con todos los que pude no venía del lugar donde mi nostalgia resonaba con la letra.
Más allá de lo admirable que me pueda parecer que alguien sea capaz de desnudarse de esa manera y de admitir problemas como la depresión o dependencia del alcohol (porque las emociones no distinguen de clases sociales o de cantidad de ceros en la cuenta bancaria), las palabras de la canción le hablaron directamente a mi nostalgia.
Estaba sentada en una cocina de un apartamento en Berlín (otro lugar al que no sé si volveré) cuando escuché la canción la primera vez. Esa ciudad sembró en mí la duda de no saber si alguna vez encontraré otro sitio donde seré tan feliz como lo fui en Valencia, Venezuela, un lugar y un tiempo donde estuve muy cerca de tener todo lo que soñé una buena parte de mi vida.
Visto en perspectiva, sé que mis sueños han evolucionado para poder adaptarse a la maleta donde tuvieron que viajar, y que la persona que fue casi absolutamente feliz en ese espacio-tiempo no es la misma que escribe hoy estas líneas.
Al igual que Residente, podría enumerar que las cosas que extraño: conversar con A. en el muro del estacionamiento de su casa, estar trabajando en algo para lo que estudié, manejar mientras conversaba con F., vivir a trece manzanas de distancia de M., comer empanadas de queso, despertarme con el sonido de las guacharacas, no dudar sobre el sentido de lo que iba a decir, imaginar universos alternativos para A., tomar café en el consultorio de G. mientras conversábamos…
Podría llenar páginas con las vivencias de 11 años y ninguna de ellas sería las mismas que las de Residentes. Aun así, la canción se me atravesó desde el momento en el que la escuché y ha viajado conmigo desde Berlín de vuelta a Barcelona, instalándose en mi playlist de Spotify hasta que se me haga insoportable.
Mientras más tiempo pasa, siento que me transformo más en historias y ciudades, pero ninguna de ellas existe en el aquí y el ahora. Las historias han quedado atrapadas en el pasado y las ciudades se ubican en un espacio que está poblado de fantasmas.
La Valencia que viví con M., F., A., A., G. o el París que conocí con S. no son más que una topografía etérea. La Barcelona que he vivido hasta ahora muta a cada instante porque los seres que la habitamos hacemos lo mismo. ¿Cómo puedo volver a estos lugares que existen solamente por momentos?
Para responder a la pregunta de V., la verdad es que, aunque quisiera, no creo que pueda volver. Ninguno de esos lugares existe. Nunca más.
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