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El trabajo por hacerse

La mediación noruega fracasó. Perviven sí, voces que malintencionada o ingenuamente quieren hacer ver que en los grupos opositores de Venezuela, y en especial en el presidente (encargado) Juan Guaidó, existe un ánimo derrotista (o incluso artero, como plantean los más radicales), que, a mi juicio, luce anodino. Lo dije antes y ahora lo repito: las negociaciones en Oslo estaban sentenciadas desde el principio al fracaso, y lo estaban porque las posturas de uno y otro son irreconciliables, están demasiado distantes para hallar un punto intermedio. Sin embargo, no rechazo radicalmente el diálogo. No puedo, no debo.

Resulta obvio que tanto la oposición como la élite que usurpa el poder se hallan en un punto muerto. No podemos obviar que, indistintamente de la legitimidad de quien la ejerce, la autoridad recae sobre aquel capaz de imponerse, aun si es por medios injustos, incluso si es a través de la represión y la violación de los derechos humanos. Tendemos a creer, falsamente, que basta tener la ley de nuestro lado para imponer sus mandamientos. Por ello, la autoridad legítima que lidera la Asamblea Nacional no consigue el anhelado cese de la usurpación. Pero tampoco puede reprimir ni actuar la élite tan descaradamente fuera de la ley sin pagar un precio muy elevado, y, por ello, esta no consigue imponerse definitivamente.

El juego está trancado, pues. Pero no debemos, sin embargo, mentirnos: el tiempo favorece al régimen de facto.

La oposición no puede seguir malgastando el tiempo, aunque, desde luego, mal puede aventurarse en empresas delirantes. Entonces viene al caso recordar una parábola del príncipe Siddhartha: «si las cuerdas del laúd no están suficientemente tensas, no sonará el instrimento adecuadamente, pero si la tensión es muy fuerte, se romperán». Significo con esto lo obvio, y es que la oposición debe buscar el punto de equilibrio entre la radicalización de sus actos y la inevitable negociación con la élite regente una vez llegue el momento decisivo. Y, sin lugar a dudas, le corresponde esta tarea al liderazgo opositor, porque, bien sabemos, quienes ejercen de facto el poder no lo van a hacer. Carecen de razones para ello. El costo de renunciar sigue siendo mayor al de permanecer en el poder. Esta relación de costo-beneficio para la élite debe cambiar pues, y cuanto antes, porque a nosotros, los ciudadanos, la crisis ya nos resulta en extremo costosa.

La Asamblea Nacional debe por ello, hacer el verdadero trabajo político, que no es el que tanto divierte a los líderes, como lo es ese de arengar a las masas con patrañas y embustes. La política es el arte de negociar, de encontrar puntos coincidentes para crear bienestar, para lograr metas concretas que, en principio, beneficien a la ciudadanía. Obviamente, si uno va a comprar un auto de lujo, un Jaguar, por ejemplo; por más que regatee el precio, no va a ser nunca barato como un viejo Volkswagen escarabajo. Uno no puede ir a negociar un Rolls Royce con cien dólares en el bolsillo. Se puede, no obstante, crear asociaciones que en efecto faciliten el acopio de los recursos necesarios para concretar el fin deseado: el cese de la usurpación (y desde luego, la viabilidad del gobierno de transición y la consecuente celebración de elecciones verdaderamente libres).

No basta sin embargo, contar con la ética para convencer a otros, aunque sea este el deber ser, no solo en este país abandonado por la ética y el decoro, sino en otros más aventajados. En toda negociación hay concesiones recíprocas. No debe suponerse además que éstas han de llevarse a cabo con Maduro y sus conmilitones, que, como ya hemos dicho antes, no tienen por qué negociar su muerte, y, de hecho, no lo harán. Esas conversaciones y esas concesiones deben pactarse con aquellos que ayudan a sostener al régimen de facto. Solo así podrá entonces llegarse a un acuerdo para la transición y, como le ocurrió al gobierno nazi en abril de 1945, o más localmente, a Pérez Jiménez en 1958, patentarse la imposibilidad cierta de pervivir en el poder. Si y solo si Nicolás Maduro y su entorno inmediato reconocen por imperio de los hechos que su permanencia al frente del gobierno es muy costosa, pactarán una rendición… una rendición que, al igual que le ocurrió a los alemanes en mayo y a los japoneses en septiembre de 1945, bien puede verse signada por la terrible precariedad de los que hoy se creen intocables.

Hoy por hoy, es este, pues, el verdadero trabajo de la dirigencia política.

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