Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
green-wood cemetery
Photo by: Peter Burka ©

El ruiseñor de Green-Wood

Ubicado en el punto más alto de Brooklyn, con vistas panorámicas del río Hudson, la Estatua de la Libertad y el paisaje urbano de Manhattan, el Cementerio Green-Wood es uno de los lugares más bellos de Brooklyn para caminar y reflexionar en paz. En la luz tenue de una mañana nublada, salí de mi barrio, Windsor Terrace, a caminar por el histórico campo santo.

Los portones de hierro forjado en la Avenida 7 estaban abiertos y el guarda me dio la bienvenida con un gesto cordial. Recorrí algunos sectores cercanos a esta entrada, caminando sobre el zacate, por entre árboles y tumbas, con calma y respeto. Encontré un mirto florido con tronco rojizo de corteza exfoliante. Percibí el aroma de sus flores blancas junto con una abeja golosa que se nutría de ellas.

Mientras me deleitaba con su fragancia, escuché el canto insistente, en varias voces y variadas melodías, de un ave espléndida en su alegría. Me guié por el sonido para ubicarla y la atisbé en la copa de un ciprés robusto. Era gris, de bandas blancas en las alas negras.

¡Un ruiseñor! La melodiosa ave que dio título a la novela clásica de Harper Lee, To Kill a Mockingbird. Llamado centzontle en Mesoamérica, es un pájaro políglota, de nombre científico Mimus polyglottos, por su capacidad para imitar gran cantidad de sonidos, sean los cantos de otras aves o de aparatos tecnológicos humanos.

El ruiseñor de Green-Wood hacía un vuelo curioso en la copa del ciprés. Se elevaba unos cincuenta centímetros directamente hacia el cénit, se suspendía un momento en el aire como bailarín de ballet y descendía de nuevo. Danzaba una coreografía divina mientras cazaba insectos al vuelo. Y cantaba, cantaba, cantaba como serafín. Repetía una misma frase varias veces, como si fuese un coro, antes de cambiarla. Alababa a Natura, agradecido por el frescor y verdor de aquel domingo veraniego.

Continué mi caminata. Observé las lápidas de varias tumbas, la mayoría del siglo XIX, mientras escuchaba. Sentí que aquel cementerio es un buen lugar para que el espíritu sienta paz, cante con brío y dance con alegría en el viento. Sintiendo yo mismo ese ímpetu, alucinado por el canto del centzontle-ruiseñor, regresé a casa.


Photo by: Peter Burka ©

Hey you,
¿nos brindas un café?