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rio magdalena
Photo by: Edgar Jiménez ©

El río Magdalena entre dos cordilleras

Mi inconsciente ha empezado a viajar mientras se alargan los meses pandémicos, de relativo confinamiento geográfico. En los momentos más inesperados, recupera de mi memoria sensaciones de viajes vividos y atesorados y las presenta con fuerza a mis sentipensamientos conscientes.

Hace pocos días observaba los primeros albores iluminar las cimas de los volcanes al oeste de San José, cuando recordé mi primer amanecer en Colombia. Lo reviví como si estuviera sucediendo.

Aterricé en Bogotá cuando rayaba el día. Como tendría una larga espera de conexión, salí a caminar por las afueras del aeropuerto. El aire frío estremeció mi cuerpo y revitalizó mi sistema respiratorio. Vi el sol salir sobre las montañas de la Cordillera Oriental e iluminar la meseta. Dejé que su luz acariciara mi rostro y me regalara un poquito de calor.

Luego volé sobre el valle del río Magdalena. Éste se había incrustado en mi imaginación desde mis años universitarios, cuando había leído las historias de amor vinculadas al río en El amor en los tiempos del cólera. Pero mi experiencia al observarlo me sorprendió.

Siempre había imaginado al Magdalena como lo describe Gabriel García Márquez en su novela, es decir, desde el punto de vista de los navegantes. Pero yo lo contemplaba desde el aire. Lo miraba fluir por un valle relativamente angosto entre dos cordilleras imponentes. Era una majestuosa serpiente chocolatosa, cuyas aguas descendían de sur a norte en busca del Caribe.

La vista aún me conmovía cuando aterricé en el aeropuerto de Manizales, ciudad engarzada en la Cordillera Central. Me pareció una ciudad inusitada porque se estableció en la escarpada cima de la cordillera y no en un valle. Sus principales avenidas caracoleaban en las cumbres de las filas montañosas. Y las calles secundarias descendían hacia recovecos escondidos entre las laderas.

Por su posición de altura, reconocí a Manizales como una ciudad-mirador. Las vistas de filas azules de montañas, cumbres de volcanes nevados, verdes valles y trechos plateados del cauce del río Cauca aparecían y embelesaban por todos lados. El aire andino era fresco. El sol calentaba y el viento erizaba la piel. El centro de la ciudad olía a café por las tostadoras.

Recién había llegado a Colombia y ya andaba con los sentidos extasiados.


Photo by: Edgar Jiménez ©

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