Se supone que a mis 31 años ya debería estar más que acostumbrada a mis ciclos menstruales; a que cada cierta cantidad de días, mi cuerpo entre en una especie de duelo porque de nuevo volvió a prepararse, inútilmente, para tener hijos.
La verdad es que a pesar que he vivido este vaivén por 17 años, estoy bien lejos de comprenderlo o de sentirme completamente cómoda con él.
No estoy segura de si es un caso donde el mal de muchos es el consuelo de tontos, pero sé que la mayoría de mis amigas sienten parecido con respecto a sus propios ciclos.
MV me escribe para decirme que se ha despertado con un río de sangre entre sus piernas y para hacerme preguntas de corte social al respecto.
¿Cómo vamos a lograr romper el techo de cristal si tenemos que pasar tanto tiempo desmanchando sangre?
Debo admitir que su pregunta se me hizo muy presente cuando unos días más tarde yo también tenía la menstruación y pasé la mitad del día preocupada por no ensuciarme los pantalones.
Es muy fácil decir que es algo natural, que estamos en el siglo XXI, que es un proceso biológico y todos los argumentos que se le parezcan. La verdad es que estamos lejos de aceptarlo verdaderamente.
Nosotras somos las primeras a las que nos enseñan a sentir vergüenza, a utilizar el eufemismo «en esos días», a tratar las toallas sanitarias o tampones como artículos de contrabando, llevándolos escondidos en la cartera, pasándolos dentro de un cuaderno cuando alguien nos pide uno… Vamos, que la sangre en un comercial de toallas sanitarias es azul o verde, mientras que en una película de Tarantino es perfectamente roja y abundante.
Aprendemos que es algo con lo que tenemos que vivir y ya, a que para eso tenemos analgésicos y productos de higiene. La verdad es que nos enseñan a cómo disimular del tirón. Podemos, quiénes tenemos acceso a la educación, comprender la biología pero ¿Realmente nos detenemos a pensar en el impacto social?