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fabian soberon
Photo Credits: Nico Paix ©

El pintor

1

Ramón es un pintor maniático. Guarda boletos, papeles de los bares, manteles, panfletos, volantes políticos, envoltorios de caramelos y chocolates, servilletas. Colecciona videos, cassettes, manuscritos, recortes de revistas viejas, diarios de artistas, periódicos, fotos, y todo lo que él considera como una huella del pasado. Está obsesionado con el pasado alemán. Siente que ese es su pasado, se siente un hombre de otro tiempo. Me ha dicho que él debería vivir en ese pasado, que le pertenece, que él es la encarnación de sus ancestros, que es el único representante de su familia.

Todos están muertos. Soy el único sobreviviente, dice.

¡A mi qué! ¿A quién le importa el pasado?, respondo.

A mí, dice Ramón.

Todo es una mierda.

Andá.

Ramón busca una revista en el estante. Y me la muestra.

Mirá, este es mi padre, dice.

Me doy la vuelta y miro, indiferente.

Ramón se da cuenta de que no me importa.

Escuchá, no podés vivir toda tu vida como un amnésico de mierda, dice.

Ramón se acerca al celular y enciende una voz rara, rígida, enojada. No alcanzo a escuchar bien.

¿Qué es eso?, pregunto.

Ramón se hace el misterioso y apaga el celular. Me da la espalda. Lo esconde.

¿En qué andas?, le digo.

Gira la cabeza y me mira. Luego se va hasta la ventana. Se ríe. No responde a mi pregunta.

Ramón levanta el puño derecho y grita: «amo a la patria».

Me río y pienso que está loco. Pero no le digo nada.

Ramón retoma lo que estaba pintando y yo agarro una revista y me pongo a leer, ahora en silencio.

 

2

A Ramón le encanta que las palomas se posen en su balcón. Uno de sus pasatiempos es ir a la plaza y tirar migas para que los pájaros se acerquen. Como buen descendiente de noruegos, cree que a veces los animales son más buenos que los hombres. Aunque no sigue a ningún filósofo clásico, Ramón tiene miedo de algunos hombres. Es un elitista de salón: joven, ese de tipo de joven que se cree dueño del mundo, suele salir de noche con una pandilla. Yo no formo parte de esa grupito. El grupo toca música y yo sólo la escucho en mi mp3 y detesto las manifestaciones callejeras de música rock. La banda de Ramón Funge toca heavy metal. El grupo se viste de negro y suele tocar en los pubs del centro y en uno que queda en un barrio de Yerba Buena. Ahí hacen de la suya. Los chicos se sacan las gorras y lucen sus cabezas rapadas. Tienen una canción que se llama “Fucking niger” y la cantan en una mezcla de alemán, noruego y jerga barrial, una cosa rara, una lengua que no la entiende nadie. Es un de lenguaje cifrado, un argot que sólo entienden los integrantes del grupo. Ramón Funge es el autor de las letras.

Él no quiere que se mezclen la pintura con la música. Prefiere que sean dos actividades separadas. Una vez me dijo que la pintura debe ser abstracta para expresar los males de la sociedad y que la música está obligada a tener letra para que la gente entienda lo que piensan los músicos sobre cómo marcha el mundo.

Funge se lleva bien con los outsiders de la ciudad. Eso es lo que me dijo por mail. Hay varios grupos cerrados y legendarios. Esos grupos representan los intereses del pueblo. Aunque nadie tiene la sofisticación del grupo, todos los habitantes piensan como ellos. Todos son antinegros y antivilleros. Creen que los judíos son la peste de la ciudad.

Un día consiguen un permiso especial y tocan en la esquina de una plaza. Los chicos que están en la calesita escuchan la música fuerte y se van a ver el escenario. Yo miro hacia la esquina y veo que es Ramón el que canta. Tiene su look heavy metal y grita en el micrófono.

Mientras escucho la música y los gritos, recuerdo que Ramón es ordenado y obsesivo y que es un archivista involuntario. Lo he visto muchas veces ordenar los cajones antes de pintar y he compartido el silencio que antecede al acto creativo.

Sus abuelos paternos eran noruegos y vivieron unos meses en la Alemania gloriosa de la época de Hitler. La primera vez que hablamos se refirió a los nazis y al arte que cuidaron en el periodo en el que fueron los dueños de Europa.

Una mañana Ramón me dice que ha empezado a militar en la causa nacionalista. Yo no me sorprendo. Muchos lo hacen. Pienso que Ramón dice macanas y que las dice solo para hacer alarde y para conquistar chicas. ¿Cuántas veces lo he visto con la típica remera y pantalón negros, ajustados?

¿Por qué te ponés esa pulsera con los colores de la bandera?

Ramón me mira por un momento y después acomoda unos discos de vinilo en el cajón.

Son los colores de mi bandera, dice. Yo amo mi bandera.

Miro hacia el balcón y siento la brisa que corre por la ventana.

¿Qué me importa la bandera?, digo para mí mismo pero no lo repito en voz alta. No quiero enfrentarme con Ramón.

¿Querés escuchar?, me ofrece con un disco en la mano.

¿Qué es?

Él mueve la cabeza y hace una sonrisa grande con su bocaza.

Ya vas a ver, me adelanta.

Abre la caja del tocadiscos y coloca el disco. Asienta la púa con precisión.

Primero se escucha el crujido blanco y luego empieza una música sublime y suave.

Parece Mahler, digo.

Esperá, se adelanta Ramón.

Una voz gutural y férrea se impone con fuerza. Es un discurso ante una multitud. El murmullo estremecedor resuena en la pequeña pieza de Funge.

Es el maestro, dice.

Me estremezco y no lo oculto.

¿Tenés un discurso de Hitler?

Por supuesto, dice y se arrodilla.

Ramón mira extasiado. Al verlo en esa posición, recuerdo que suele levantar el brazo derecho en las actuaciones en vivo de la banda.

Él escucha el discurso, silencioso, y luego apaga el tocadiscos.

Bueno, basta, dice, súbitamente, no quiero que se gaste. Para eso lo tengo en el celular.

Se incorpora y busca el celular en el bolso. Toca unos botones y lo enciende.

Desde el celular se escucha un grito pero en volumen bajo. Es la misma voz.

Ramón levanta la mano derecha y luego acomoda unos discos abandonados en la cama. Luego se pone con el cuadro.

Yo camino hacia el balcón y dejo que la brisa exterior me estremezca.


Photo Credits: Nico Paix ©

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