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arturo serna
Photo by: lillie kate © 

El payaso (VII)

El payaso es muy hábil. Lleva a la práctica eso de que si no puedes contra tu enemigo únete a él. Me llama por teléfono (no sé cómo consigue mi número) y me propone una tregua. Ante el desastre inevitable, accedo. Le digo que Ramón está desaparecido. Mueve los hombros en señal de desprecio. Es claro que la ausencia de Ramón lo tiene sin cuidado.

Me dice que tenemos que volver a las fuentes. Enfático, ufano, agrega que vivimos atrapados por la tecnología, internet, los celulares, etc. Él cree que la clave del triunfo no está ahí, que el tiempo dedicado a las redes es tiempo muerto. Nadie que quiera hacer la revolución vive en la redes. Si seguimos atrapados en la maraña digital, virtual, perderemos la batalla. El gran problema de nuestro tiempo es ganarle al capital financiero y que por eso tenemos que volver atrás.

Se para, nervioso, y saca un pucho y lo fuma con fruición, y con el cigarro en la mano, con el humo envolviéndole el rostro, cuenta que empezó a gestionar colonias en las afueras de Tucumán, Salta, Jujuy, Córdoba, en las afueras de las grandes ciudades provincianas. Dice que allí donde pega fuerte el conservadurismo de derecha es donde está el germen de la revolución. Al lado de los countrys se fundarán las nuevas colonias comunitarias. De a poco las colonias invadirán el territorio obtuso de los ricos y se convertirán por la fuerza del éxito.

Le pregunto cómo va a hacer.

Responde que creará una zona de frontera a partir de la zona del anti country. Al lado de los countrys se ubicarán las colonias. Así creará una sociedad asentada en la selva o en la pampa llana, sin teléfono, sin internet, con agua del rio y granjas comunitarias. Dice que tenemos que expropiar la tierra a los grandes terratenientes de la Patagonia y fundar comunidades organizadas. Los líderes serán los miembros del futuro peronismo verdadero, ese que recupere la voluntad del jefe.

Sonríe, el payaso. Sabe hacia dónde va. Mientras pisa el cigarro en el piso, se ríe y dice:

“Creo que ahí hará su reaparición Perón. ¿Se entiende? El escenario estará listo”.

Sospecho que el payaso está influido por el místico berreta Thoreau, el yanqui que quería volver al bosque para luchar contra la civilización industrializada. Entiendo que el payaso es la versión kitsch, sudamericana, del místico yanqui, sin dinero, sin armas, pacifista y crédulo. Por otra parte, el payaso vive en otro tiempo: ya no importan las fábricas sino el flujo de datos que dominan los mercados. En eso tiene razón: internet y el submundo digital son hoy el centro del problema. Solo que el payaso encara las cosas desde una perspectiva errada; tiene las mismas cosas de sobra que tenía Thoreau: fe y optimismo. Y hay algunas cosas que le faltan: armas y pesimismo. Nada puede hacerse desde las nubes estúpidas del optimismo ramplón. Nada puede encararse sin la pasión por la bomba y por la pólvora.

El payaso es ingenuo: cree que los lúmpenes pueden hacer una revolución.

Salimos del bar y nos metemos en las escaleras del subte. El payaso está sin su disfraz, sin su pintura habitual. Solo por eso acepta el paseo por el submundo. Además, dice que así, de incógnito, puede capturar gente para el movimiento.

Mientras caminamos por los pasillos del subte B, en un recodo que no tiene luz, le confieso que tengo conmigo la copia del discurso de Perón. El payaso no se enoja, sabe que si se enoja me pierde. Y él, aunque es ingenuo en términos políticos, es un pícaro en todo lo demás: sabe que me tendrá de su lado si se aguanta mis devaneos.

Antes de despedirnos, me dice que conoce a un tipo que me ayudará con mi pesquisa. Caigo en la trampa. Le pido los datos. El payaso, rápido, me dice que quiere una copia del discurso a cambio del contacto con Raúl, el traductor. Acepto. Nos damos la mano frente al edifico de los tribunales, con esa luz oscura que anuncia lo que encierra ese edificio lúgubre y terminal.


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