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paola maita
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El-otro-territorio: La revancha del otro (II)

Creo que una de las cosas que más me dolió en el darme cuenta de la existencia del otro, fue tener que ver la rabia en sus ojos dirigida hacia mí. No importa que yo no hubiese hecho nada en concreto, que intente entender sus motivos o de ver cómo lo que yo le represento podría ser un detonante para ellos.

Los chavistas son cubanos… No son venezolanos de verdad… Deberíamos dividir el país: uno para ellos y uno para nosotros. Espero que se mueran.

Quisiera recordar más frases de las que he leído o he escuchado para referirse a los chavistas, ese otro con el que pareciese que no tengo posibilidades de reconciliarme ni en esta ni en otra vida cercana; pero la memoria no me da para tanto.

Intento diseccionar eso, esos, esas y aquellos que abonaron el terreno para que llegásemos a esta situación. ¿Qué llevó a Venezuela a convertirse en muchos fragmentos de otros? ¿Hemos pasado el punto de una reconciliación social?

En medio de la disección (¿del cadáver?), me encuentro con una idea que sé que no ha venido de mí, por mucho que me gustaría que fuese mía: A pesar de lo que nos han vendido, nunca fuimos un país de iguales.

Nos encantan las historias de éxito, del señor que comenzó siendo taxista y que ahora tiene una empresa, del que logró salir gracias a la beca Fundayacucho y que regresó a reinvertir el conocimiento que ganó en el extranjero, del que nació en la pobreza pero que hoy es uno de los cirujanos más reputados del país o el huérfano que se convirtió en abogado… Esas historias nos amamantan el sí se puede, es un país de oportunidades o esto de que el que no hace dinero en Venezuela, es por pendejo… Y sí, son historias de éxito reales, que no me las contaron. Son personas que conozco directamente.

Sin embargo, en el fondo, el sentido crítico me dice esos no son todos. Hay otros que se quedaron en el camino, que fueron apartados, que no nacieron con buena estrella o que no tenían el grado justo de ambición. Ellos, que se fueron aglutinando y reconociéndose entre sí, un día voltearon el panorama, y de ser los otros-paupérrimos pasaron a ser los otros-poderosos.

Quisiera tener la nobleza suficiente para decir que los entiendo y que todo fue producto de cómo cayeron las fichas en algún momento. Más allá, quisiera decir que esas decisiones no afectaron mi vida.

La verdad es que, mientras escribo esto desde una ciudad española cuyo nombre ni soñaba hace 5 años, me siento más otra que nunca. Tengo una vida aquí donde soy una otra-inmigrante, alguien que hasta ahora pareciese que ha jugado bien sus cartas. Algún día tuve una vida allí.

Me he convertido en la otra-que-está-en-Europa para mi familia, la que no puede quejarse de la crisis económica venidera o de la huida del Rey emérito con su familia porque, al final del día, Venezuela siempre está peor que cualquier otro sitio. Ellos, los que otraron en mi otra vida, lograron su venganza: Nos convirtieron en los otros-traidores, los que nos fuimos y dejamos de estar ahí para ver cómo ejecutaban su revancha.


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