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El lenguaje oculto tras las palabras

La expresión facial provoca cambios fisiológicos. El rostro es una ventana para la expresión de las emociones y proporciona también una manera de activarlas. El simple hecho de esbozar una sonrisa desencadena una serie de respuestas cerebrales que se asemejan a la felicidad. Fruncir el ceño pone en marcha mecanismos asociados a la tristeza. Cuando las expresiones son intensas también hay cambios en los órganos gobernados por el sistema nervioso autónomo, causando hasta vómito o ardor de estómago. Si la respuesta a la ira es grande, también lo es la respuesta al miedo; las señales físicas que aparecen pueden ser incremento de la sudoración, manos que se enfrían, corazón que late de prisa. El cuerpo se prepara para correr o pelear. Es notorio que muchos varones han sido muy reprimidos. Aprenden desde niños: “los hombres no lloran”, cualquier expresión de sensibilidad es signo de debilidad, de manera que su lenguaje no verbal los delata.

Las emociones se dispersan en una fracción de segundos, no estamos conscientes de ellas, y solo advertimos sus efectos cuando ya estamos asustados, enojados o tristes. De tal manera que las emociones no son privadas sino públicas, la expresión verbal, gestual y postural delata lo que estamos experimentando. Los pensamientos son privados, mientras que las emociones son públicas, los demás se dan cuenta de como nos sentimos. El lenguaje no verbal dice más que mil palabras. Está conformado por un conjunto de símbolos visuales como los movimientos de los ojos, las manos, el cuerpo y se utiliza de manera convencional o intuitiva para transmitir un mensaje.

Los presidentes dan mucho para interpretar. El presidente Trump, contrasta con el anterior, Obama, que aparecía siempre muy relajado. En cuanto a la expresión corporal está blindado por la armadura caracterológica, una manera de protección, el muro que separa lo real de la actuación, la distancia óptima para que no descubran sus inseguridades y miedos; autoritario, a la defensiva, siempre enojado, le interesa que le teman, no que le crean. El presidente López Obrador, en sus conferencias mañaneras da mucho para interpretar, pierde fácilmente el control, pelea, discute y, aun cuando trata de moderarse, la expresión facial lo delata, sonríe cuando habla de algo serio, se queda con cara de sorpresa mientras aparece el lenguaje verbal que le llega en pausas. Está tan acostumbrado, tras unos 18 años de campaña en contra del sistema, que cuando se encuentra al frente de un mitin cambia expresión, se calienta fácilmente, grita, se enoja, ordena, señala, pide apoyo para tal o cual político.

Casi todos pueden ser engañados con facilidad desde los políticos hasta los sacerdotes, psiquiatras, abogados; no son capaces de detectar la mentira a través de una simple conversación. Incluso el Dalai Lama describe que fue engañado por los chinos cuando asumieron el control del Tíbet. Para interpretar el lenguaje corporal es interesante conocer las emociones: enojo, miedo, tristeza, disgusto, vergüenza, desprecio, sorpresa, disfrute, confusión y culpa. Son tantas las emociones a las que nos enfrentamos todos los días, por cuestiones privadas o públicas como por ejemplo el aumento de la inflación, el dólar que sube cada día, y la descomposición social en que vivimos así como el incremento de homicidios, las personas desaparecidas y la delincuencia que no descansa.

Por si nos faltara, al gobierno gastalón no le alcanza el presupuesto y nos van a subir los impuestos. Es conveniente hacer una pausa y conectarnos con las modalidades que componen la familia de la felicidad: regocijo, alivio, excitación, disfrute, novedad, admiración, placeres de los sentidos, calma y paz interior. Esos placeres no causan impuestos.

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