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El ‘latin lover’ de Proust

Qué bonito título le puso Rubén Gallo a este apartado de su libro Los latinoamericanos de Proust, que apareció hace poco en la editorial Sexto Piso. Creo que para casi todo mundo era desconocido que Marcel Proust tenía su «latin lover». Así que este amor secreto es en realidad un descubrimiento de este libro maravilloso.

Aunque hay que decir que en este libro hay, asimismo, otros descubrimientos. Por ejemplo, para nada me imaginaba que la fortuna que el autor de En busca del tiempo perdido había heredado de sus padres era tan notable (unos 10 millones de dólares) y que una de sus obsesiones había sido invertir en acciones de lo más extravagantes. Pero lo que de veras me sorprendió fue saber que Proust había invertido en la Mexico Tramways Company, es decir, la compañía canadiense que puso tranvías en la Ciudad de México, así como muchos kilómetros de vías por toda la capital. Claro que el autor se pone a soñar acerca de los escritores que tanto admiraban a Proust, como Salvador Novo u Octavio Paz, y que viajaban en tranvía. Ninguno de ellos se imaginaba que iban a bordo de un vagón que muy posiblemente le debían a su ídolo.

Pero el tema que nos ocupa hoy, desafortunadamente, no es el de Prousty los tranvías, sino el amor secreto. Hay que decir que entre este novelista y su enamorado había una red de vías y tranvías muy extensa, muy fuerte y muy sincera. El novio venezolano de nuestro personajese llamaba Reynaldo Hahn, y desde que se conoció con Proust, se cayeron tan bien que no dejaron de hablarse nunca, se escribieron muchísimas cartas, llenas de dibujos y de complicidades. Mientras que Proust era un francés que nada más hablaba su lengua natal y que casi no viajaba (aunque sus acciones en la bolsa eran su modo de viajar con la imaginación), Reynaldo era un músico que venía de América Latina, que hablaba en su casa español y alemán, además de que dominaba un francés perfecto.

No se sabe bien a bien en qué consistía la relación entre ambos amantes, porque Marcel destruyó todas las cartas que le mandó Reynaldo. Pero sí conocemos las que el novelista le mandó a su enamorado. En ellas, podemos ver cómo le encantaba mandarle dibujos, le hablaba en un francés que pretendía parecer alemán, lo trataba de seducir y de mostrar todo su afecto. Por esas cartas sabemos que uno de sus grandes temas era la música, pero sobre todo, les gustaba discutir acerca de Wagner. En París, los más nacionalistas odiaban a Wagner. Curiosamente, Reynaldo con todo y su apellido alemán, era gran enemigo de Wagner, mientras que Proust lo tomaba con mucha ironía. Él más bien pensaba en una idea fija, y era que Reynaldo se fuera a vivir con él. Le proponía que se fueran a vivir juntos, que compraran una casa, le sugería la idea de ponerle dentro de su departamento un estudio independiente. Pero Reynaldo ignoraba todo lo que Marcel le proponía, quizá porque vivir con un obsesivo del nivel de Proust era muy, muy complicado.

En el fondo era una pareja muy complicada. Los franceses de su tiempo no sabían cómo tratar a estos jóvenes que tanto retaban las ideas más conservadoras. Ambos eran judíos en tiempos de Dreyfus, Reynaldo era venezolano en un París que gustaba de ridiculizar a los latinoamericanos que llegaban con sus fortunas a vivir en Francia (los llamaba «rastacueros» con mucho desprecio). Además, no les importó a los franceses ricos saber que Reynaldo había luchado en la Guerra Mundial del lado de Francia – aunque no había nacido ahí -, de todas maneras lo insultaban por judío. Pero tantos años de dedicación culminaron cuando el gobierno de Charles de Gaulle lo nombró director de la Ópera.

Para escribirse, Marcel inventó un lenguaje propio, un francés escrito como si fuera alemán, era su lenguaje privado, secreto, algo parecido quizá al glíglico que usaba Cortázar para hablar del lenguaje inventado que usaban la Maga y Oliveira en Rayuela. En una de ellas, Marcel escribió: «No le muestres a nadie nuestras bininulseries; te aseguro que solamente serviría para hacernos quedar en ridículo, incluso ante quienes tienen sólo las mejores intenciones». Además de mil formas amorosas en que Proust llama a Reynaldo (Monsieur de Binibuls, Vincht, Bom bon Buncht), Marcel se llama a sí mismo «Pony»; también lo dibuja siempre como si fueran ambos partes de las decoraciones de las grandes catedrales francesas. Como si ambos fueran un amor antiguo y que fuera a quedar para siempre. Y sí, tenía toda la razón, el amor de Marcel y Reynaldo está destinado a ser un amor muy secreto y muy misterioso, como los vitrales de las catedrales que tanto le gustaba visitar al novelista.

Quizá no se puede recuperar el tiempo perdido, pero el autor de este libro recupera un amor muy encantador y muy secreto de Marcel Proust.

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